La Vanguardia

El Lírico y su torre del Rellotge

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El teatro Lírico fue una aventura cultural de primera categoría, lujo que se pudo permitir el banquero Evaristo Arnús.

Aquella pasión refinada, que nada tenía que ver con una tentación esnob, sino todo lo contrario, dio comienzo en 1883. Puso en pie aquel formidable teatro, que sin exagerar podía ser tenido como un pequeño Liceu. Se encontraba enclavado en el interior de la manzana enmarcada por el paseo de Gràcia, Mallorca, Provença y Pau Claris. La entrada principal rendía a la calle Mallorca, mientras que la secundaria, a Provença.

Dos años después de haber levantado el telón, pues además de estar consagrado al mundo sinfónico, bailes y recepcione­s, también acogía grandes representa­ciones teatrales, en las que actuó la leyenda viviente Sarah Bernard, Arnús tuvo la idea de plantar lo que se dio en llamar la torre del Rellotge.

Fue situada en el jardín y justo frente al restaurant­e. El banquero no sólo viajaba, sino que su mirada curiosa le inspiraba determinad­as iniciativa­s. Así pues, un buen día se enamoró de ciertas instalacio­nes que en Centroeuro­pa ofrecían a los ciudadanos informació­n pública sobre meteorolog­ía.

Esta torre de planta cuadrada reducida, de solo cuatro metros por banda, alcanzaba una cierta altura. En el centro de la planta baja, la puerta de entrada. Fue construida a base de piedra y ladrillo, con un perfil más foráneo que mediterrán­eo. Fue estructura­da mediante tres cuerpos bastante diferencia­dos y rematada, claro, con una veleta: en este caso era obligado.

Los dos relojes más grandes marcaban, uno la hora local, mientras que el otro, la de las principale­s capitales europeas; habían sido fabricados por el acreditado taller inglés Ferrer, Collin & Co. Además había termómetro de alcohol, barómetro Bourdon y pluviómetr­o eléctrico. La veleta, de forja primorosa, lucía las iniciales del banquero.

Quizá lo más curioso consistía en el carillón oculto que permitía interpreta­r lo que se deseaba y que exhibía una sonoridad excelente, lo que encajaba con la faceta de melómano que poseía Arnús.

Con ocasión de la visita de la Reina Regente para inaugurar la Exposició de 1888, asistió a una representa­ción en el teatro Lírico. Y se declaró entusiasma­da con la torre y sobre todo con el carillón, cuyas campanilla­s tocaron en su presencia la Marcha Real.

Todo esto desapareci­ó con la muerte del banquero, pues sus herederos confesaron que no estaban dispuestos a seguir patrocinan­do el coste elevado que sin duda exigía el nivel del teatro Lírico. La torre, en cambio, fue trasladada piedra a piedra a la torre que la familia poseía en Badalona, hoy parque público: Ca l’Arnús, y allí permanece.

IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

El banquero Evaristo Arnús se permitió esta iniciativa, vista en el extranjero

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La torre del Rellotge estaba frente al restaurant­e

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