La Vanguardia

Compromiso con las víctimas

- SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (1950-2017) Periodista mexicano LLÀTZER MOIX

Más de cuarenta periodista­s han sido asesinados en México desde que el Estado declaró la guerra al narcotráfi­co, en el 2006. El último nombre en la luctuosa lista es el de Miroslava Breach, asesinada de ocho balazos el pasado jueves. Era correspons­al de La Jornada en Chihuahua, y colaboraba con el diario Norte de Ciudad Juárez, que el lunes anunció su cierre debido a las continuas agresiones a periodista­s y a la incapacida­d del gobierno para evitarlas. Informar es en México trabajo de alto riesgo.

Sergio González Rodríguez era muy consciente de ese riesgo. Pero eso no le impidió ser uno de los periodista­s que más se distinguie­ron –si no el que más– informando sobre el crimen organizado. Lo suficiente, al menos, para que Roberto Bolaño bautizara con su nombre al reportero de su novela 2666 sobre los feminicidi­os de Ciudad Juárez.

No era temerario, pertenecía más bien al tipo de periodista reflexivo, pero nunca se amilanó

González Rodríguez no era temerario, pertenecía más bien al tipo de periodista reflexivo, con sólida formación cultural y gusto por entreverar el género informativ­o con el ensayístic­o. Pero sentía un particular compromiso con las víctimas inocentes de la violencia, con su país por tanto, y nunca se amilanó ni cejó en su empeño profesiona­l. Hasta el lunes, el día que cerró

Norte, cuando falleció en México DF de un infarto.

La obra de González Rodríguez es extensa, pero tiene su núcleo central en una trilogía sobre la violencia endémica que asuela México. Huesos en el desierto, el primer título, documentó la ola de asesinatos de

mujeres en Ciudad Juárez durante el último decenio del siglo pasado, mientras exponía la conexión entre los asesinos y el poder. En Hombre sin cabeza, el segundo, partía de las decapitaci­ones que a menudo sufrían las víctimas del narcotráfi­co y buceaba en el significad­o de la violencia extrema. Campo de guerra, el tercero, abría foco y abordaba cuestiones geopolític­as, como el incremento del poder de EE.UU. sobre sus países vecinos. A dicha trilogía se añadió un cuarto título, Los 43 de

Iguala, otra exhaustiva investigac­ión del autor, esta vez sobre el asesinato de un grupo de estudiante­s. Anagrama editó estos y otros libros en España.

Nacido en Ciudad de México en 1950, González Rodríguez estudió Literatura Contemporá­nea en la Autónoma de México, trabajó en el Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia y tuvo una juventud rockera, formando con su hermano el grupo Enigma. Pero el periodismo era su destino, y lo desarrolló vinculado al diario Reforma, donde fue crítico cultural y reportero, mientras escribía ensayos, narracione­s, obras teatrales o guiones.

Pese a su valerosa conducta, González Rodríguez no tenía los rasgos del héroe. De estatura media, con bigote y gafas, disimulaba una ligera cojera, herencia de sus encuentros cara a cara con el crimen: en 1999 fue secuestrad­o y golpeado, y acabó en el quirófano, donde le fue retirado un coágulo en el cerebro. Su periodismo era documentad­o y detallista, también duro y descarnado. Su estilo personal, en cambio, era calmado, didáctico, suave, como correspond­ía a alguien convencido de la pertinenci­a de su tarea y conformado con su posible destino. González Rodríguez no podía soportar el crimen reiterado, la indiferenc­ia con que era recibido ni la impunidad que lo amparaba. Por eso trocó la comodidad por el compromiso. Por eso será recordado como un periodista ejemplar.

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ÀLEX GARCIA

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