Compromiso con las víctimas
Más de cuarenta periodistas han sido asesinados en México desde que el Estado declaró la guerra al narcotráfico, en el 2006. El último nombre en la luctuosa lista es el de Miroslava Breach, asesinada de ocho balazos el pasado jueves. Era corresponsal de La Jornada en Chihuahua, y colaboraba con el diario Norte de Ciudad Juárez, que el lunes anunció su cierre debido a las continuas agresiones a periodistas y a la incapacidad del gobierno para evitarlas. Informar es en México trabajo de alto riesgo.
Sergio González Rodríguez era muy consciente de ese riesgo. Pero eso no le impidió ser uno de los periodistas que más se distinguieron –si no el que más– informando sobre el crimen organizado. Lo suficiente, al menos, para que Roberto Bolaño bautizara con su nombre al reportero de su novela 2666 sobre los feminicidios de Ciudad Juárez.
No era temerario, pertenecía más bien al tipo de periodista reflexivo, pero nunca se amilanó
González Rodríguez no era temerario, pertenecía más bien al tipo de periodista reflexivo, con sólida formación cultural y gusto por entreverar el género informativo con el ensayístico. Pero sentía un particular compromiso con las víctimas inocentes de la violencia, con su país por tanto, y nunca se amilanó ni cejó en su empeño profesional. Hasta el lunes, el día que cerró
Norte, cuando falleció en México DF de un infarto.
La obra de González Rodríguez es extensa, pero tiene su núcleo central en una trilogía sobre la violencia endémica que asuela México. Huesos en el desierto, el primer título, documentó la ola de asesinatos de
mujeres en Ciudad Juárez durante el último decenio del siglo pasado, mientras exponía la conexión entre los asesinos y el poder. En Hombre sin cabeza, el segundo, partía de las decapitaciones que a menudo sufrían las víctimas del narcotráfico y buceaba en el significado de la violencia extrema. Campo de guerra, el tercero, abría foco y abordaba cuestiones geopolíticas, como el incremento del poder de EE.UU. sobre sus países vecinos. A dicha trilogía se añadió un cuarto título, Los 43 de
Iguala, otra exhaustiva investigación del autor, esta vez sobre el asesinato de un grupo de estudiantes. Anagrama editó estos y otros libros en España.
Nacido en Ciudad de México en 1950, González Rodríguez estudió Literatura Contemporánea en la Autónoma de México, trabajó en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y tuvo una juventud rockera, formando con su hermano el grupo Enigma. Pero el periodismo era su destino, y lo desarrolló vinculado al diario Reforma, donde fue crítico cultural y reportero, mientras escribía ensayos, narraciones, obras teatrales o guiones.
Pese a su valerosa conducta, González Rodríguez no tenía los rasgos del héroe. De estatura media, con bigote y gafas, disimulaba una ligera cojera, herencia de sus encuentros cara a cara con el crimen: en 1999 fue secuestrado y golpeado, y acabó en el quirófano, donde le fue retirado un coágulo en el cerebro. Su periodismo era documentado y detallista, también duro y descarnado. Su estilo personal, en cambio, era calmado, didáctico, suave, como correspondía a alguien convencido de la pertinencia de su tarea y conformado con su posible destino. González Rodríguez no podía soportar el crimen reiterado, la indiferencia con que era recibido ni la impunidad que lo amparaba. Por eso trocó la comodidad por el compromiso. Por eso será recordado como un periodista ejemplar.