Paterson-Can Ruti
¿Cuál podría ser la bestia espiritualizada que se vengara de la zafiedad y el mal gusto?
El año pasado pudimos ver 2 películas 2 estupendas de Jim Jarmusch. La primera, un documental sobre Iggy Pop, que es un personaje que, de entrada, me dejaba indiferente y que me enamoró. En Gimme danger aparecen unas cuantas escenas manipuladas, redondas, en las que Jarmusch introduce lo que en el mundo del arte se conoce como un détournement (coger una escena y retocarla cambiándola de sentido). Iggy Pop explica que cuando era un chaval veía una programa de televisión que se llamaba The three stooges y que se identificaba tanto con aquellos tres chiflados que bautizó a su grupo como The Stooges. También explica que aprendió a hacer canciones con estos programas tontos y por eso no tiene mucha labia, escribe estrofas y versos cortos: máximo veinte palabras. ¡No es como Bob Dylan! Entonces aparece una foto de Dylan manipulada y, encima: “bla, bla, bla”. Otro gran momento es cuando explica que antes de no sé qué concierto multitudinario vio a Rod Stewart tomando Matheus Rosé. Aparece la foto de Rod Stewart con pantalones de leopardo y encima, recortada, la botella, que parece una bandurria. A continuación, se burla de Joe Cocker, cantando como una nena y explica que la Primavera del Amor se montó en los despachos de las multinacionales para desactivar el rock & roll. “Algú ho havia de dir!”, dice Iggy: ¡en serio!
Paterson es una película de ficción sobre un conductor de autobuses que escribe poemas, interpretado por Adam Driver (qué chasco encontrarle de nuevo, tras este papelazo, como jesuita de la última película de Martin Scorsese, que es un tostón). Jarmusch retrata de manera demoledora la vida provinciana. Paterson y su esposa Laura sienten la necesidad de expresarse y crear, pero la ciudad –que se llama Paterson, igual que el tipo— les abruma. Ella pinta paredes, puertas, ventanas y cortinas de casa con unos garabatos blancos y negros que representan su obsesión. A él le va mejor: la poesía le preserva de la miseria del entorno. Tienen un perro, un bulldog inglés, que simboliza todo lo que hay de gris, vulgar y terrenal en la vida de un pueblo o de una ciudad pequeña. Llegamos a un momento sublime: Paterson y Laura salen al cine y a cenar para celebrar que la chica ha tenido éxito en la feria con un negocio de magdalenas, decoradas con garabatos. El chico deja la libreta descuidada, el perro la pilla y tritura los poemas. La vida provinciana, sucia y oscura, se venga de les esperanzas del conductor de autobuses que aspira a salir del agujero a través de la poesía.
Últimamente tomo cada mañana el autobús para ir a Can Ruti y me paso mucho rato observando a los chóferes, de corbata amarilla, que de buena mañana escuchan a toda matraca (a los viajeros que les zurzan) su flamenquito, un merengue o la tertulia de Radio Marca. Pienso: ¿cuál podría ser la bestia espiritualizada que al igual que el bulldog de Paterson, pero al revés, se vengara de la zafiedad y el mal gusto? ¿Unos pollitos de aquellos de la mona que les dieran picotazos en los ojos? ¿Un unicornio color de rosa que le pegara una cornada a la radio? ¿Un bambi carnívoro que les mordiera las pelotas?