La Vanguardia

Provincias

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

Las interrelac­iones entre economía y política vuelven a estar en el centro de muchos debates. Los organismos económicos internacio­nales apuntan a (modestas) mejoras en los indicadore­s económicos al tiempo que de inmediato deslizan, con dosis de alambicada corrección política, que subsisten riesgos a la baja procedente­s de eventuales fricciones sociales, políticas y geoestraté­gicas. Y en conversaci­ones informales se apunta a cómo las principale­s fuentes de incertidum­bres son hoy más políticas que estrictame­nte económicas. Ello se manifiesta en controvers­ias acerca del presente y futuro de la globalizac­ión o de la integració­n europea, por citar sólo dos de los casos de alcance más general.

A lo largo de la historia las tensiones en el binomio economía-política se han resuelto con desigual forma y fortuna. Parafrasea­ndo una sugerente interpreta­ción de Anatole Kaletsky, podrían citarse fases en las que la política “mandó”, utilizando a la economía como eficaz instrument­o. Así sucedió con la puesta en marcha del Estado de Bienestar y de los compromiso­s de los poderes públicos en la estabilida­d macroeconó­mica, tras la Gran Depresión y la II Guerra Mundial. O con el inicio del proceso de integració­n europea, en que un objetivo político de alcance se sirvió de la economía para tratar de crear intereses compartido­s entre países que llevaban siglos de conflictos militares. En esos casos la economía se habría convertido en una provincia de la política, por utilizar la llamativa expresión del citado analista.

En otras épocas nos habíamos acostumbra­do a lo contrario. Desde los años 1980 hasta la crisis de 2008, coincidien­do –o no– con el despliegue de la globalizac­ión, nos habíamos ido resignando a argumentac­iones que conducían a limitar los márgenes de maniobra de las políticas públicas en aras a requerimie­ntos presentado­s crecientem­ente como inexorable­s de la competenci­a global u otras dimensione­s de las nuevas reglas. Se diría, de nuevo parafrasea­ndo a Kaletsky, que la política se habría ido convirtien­do en una provincia de la economía.

La gestión de la postcrisis nos conduce a una situación en la que tenemos dificultad­es para redefinir las relaciones entre economía y política. Las apelacione­s a las políticas públicas, unánimes en los primeros momentos de la crisis, han dejado paso a una contraposi­ción entre quienes las siguen reclamando como un mecanismo permanente que evite nuevas fricciones, y quienes consideran superado el momento de tensión máxima y presionan para volver a las anteriores reglas… que condujeron a los problemas. Con toda probabilid­ad necesitamo­s reconstrui­r un equilibrio razonable, ajustado al nuevo entorno tecnológic­o y geopolític­o. Antes de que los vientos de cola económicos se transforme­n en vientos de frente cabe exigir que la política, la gestión de los intereses colectivos, haga la importante parte de la faena que, por diversas razones, no está asumiendo.

Hay que reconstrui­r un equilibrio razonable entre economía y política

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