Disuasión atómica
Pascal Boniface analiza el desafío nuclear del régimen norcoreano: “Los dirigentes chinos son conscientes de que los líderes de Corea del Norte nunca renunciarán a sus armas nucleares porque son su seguro de vida. Kim Jong Un no terminará como el líder libio Muamar el Gadafi o el presidente iraquí Sadam Husein”.
Amenazando con arreglar él solo el problema nuclear de Corea del Norte si China no ejerce más presión sobre el régimen de Kim Jong Un, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, electrificó el entorno internacional y dio un giro aún más dramático a la cumbre bilateral que está celebrando estos días con el presidente de China, Xi Jinping.
El presidente Trump dijo hace unos pocos días que estaba “totalmente decidido a resolver el problema de Corea del Norte”, sin especificar cómo. Su declaración y su temperamento pueden hacer temer que esto no se vaya a solucionar necesariamente a través de los canales diplomáticos convencionales. ¿Ataques cibernéticos contra Corea del Norte? ¿Ataques preventivos contra las instalaciones militares de Corea del Norte? Uno se imagina las consecuencias violentas que podrían llegar a tener tales medidas.
Corea del Norte no dispone de los medios para golpear suelo de Estados Unidos, pero el territorio de Corea del Sur y el de Japón sí que están al alcance de sus misiles. Cuando desarrolló el llamado eje del mal incluyendo a Irak y a Corea del Norte, el presidente estadounidense George Bush, debido a las capacidades de respuesta de Corea del Norte, tuvo buen cuidado de no atacar a Pyongyang para evitar una confrontación de consecuencias incalculables, peores que las relacionadas con la guerra de Irak. ¿Puede alguien imaginar lo que podría llegar a suceder si Pyongyang decidiera como venganza lanzar misiles contra las ciudades de Seúl o Tokio?
Contrariamente a lo que piensa –o a lo que suele pensar– Donald Trump, los medios de presión de que dispone China respecto de Corea del Norte son limitados, según han admitido los propios líderes chinos. China votó en las Naciones Unidas, junto con otros miembros del Consejo de Seguridad, las sanciones contra el régimen de Corea del Norte. China sencillamente no tiene control sobre Kim Jong Un. Es más, la última política del dictador norcoreano desagrada profundamente a Pekín porque permite y da argumentos a Estados Unidos para aumentar su presencia militar en la región y desplegar un sistema de defensa de misiles en territorio de Corea del Sur.
Las relaciones entre Corea del Norte y los chinos nunca han sido tan malas como ahora. Las autoridades de Pekín lamentan que el régimen de Pyongyang no haya seguido su modelo de apertura económica y de mantenimiento del monopolio del poder por el Partido Comunista. Por supuesto, los chinos podrían dejar de comprar carbón a Corea del Norte o tratar de asfixiarla económicamente. Pero si están molestos por el comportamiento de Kim Jong Un, temen todavía más que un colapso del régimen de Pyongyang tendría consecuencias migratorias –una avalancha de norcoreanos a territorio chino– y estratégicas imprevisibles (tropas estadounidenses en su frontera en caso de una hipotética reunificación coreana).
Los dirigentes chinos son conscientes de que los líderes de Corea del Norte nunca renunciarán a sus armas nucleares porque son su seguro de vida. Kim Jong Un no terminará como el líder libio Muamar el Gadafi o el presidente iraquí Sadam Husein, derrocados precisamente porque no tenían armas nucleares. El objetivo es conseguir que tenga un comportamiento más predecible. Los chinos temen, sobre todo, la imprevisibilidad.
Entre Donald Trump y Kim Jong Un, la cuestión está en quién de los dos es capaz de actuar más alocadamente para atemorizar al otro, un desproporcionado “retenedme o voy a hacer una matanza porque soy capaz de lo peor”. Kim Jong Un cree, no sin razón, que cuanto más incontrolable e imprevisible sea considerado, capaz en un gesto de locura de lanzarse a un enfrentamiento, más atención se le prestará y se tratará de negociar con él.
Donald Trump no está muy lejos de tener la misma actitud: sabe que su temperamento impulsivo despierta desconfianza e incluso miedo. Tiene la esperanza de poder presionar a Pekín y a Pyongyang, alegando que él también puede embarcarse en aventuras que tengan consecuencias incalculables.
Todo el mundo se hace el loco para intentar asustar a los demás. Ninguno de los dos –ni Trump ni Kim Jong Un– tiene interés alguno en cruzar la línea roja, pero se consideran capaces de hacerlo. Es una especie de disuasión mutua. Pero cabe recordar que la disuasión requiere nervios de acero y confiar en que no haya ningún patinazo.
P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París Ni Trump ni Kim Jong Un tienen interés en cruzar la línea roja, pero ambos se consideran capaces de hacerlo