Bombardear para respirar
En Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, uno de los mandos grita: “Teniente, bombardee la línea de árboles unos cien metros más, necesito respirar”. Lo que hizo ayer Donald Trump, al atacar con misiles una base aérea siria de Bashar el Assad, es lo más parecido a limpiar en el exterior su imagen como presidente de Estados Unidos para poder respirar políticamente en el interior de su país. Desde que llegó a la Casa Blanca, el magnate no ha dado una a derechas y muchas de sus promesas han quedado en nada (desde la supresión del Obamacare hasta la deportaciones de inmigrantes), pero al mismo tiempo ha tenido que apartar a algunos de sus cargos y a estrechos asesores de seguridad, como el general Michael Flynn o el propagandista Steve Bannon, por los datos que han ido apareciendo del llamado Rusiagate. El ataque le ha permitido a Trump un amplio respaldo dentro y fuera de sus fronteras, también en Europa, donde tanto Alemania como Francia se han puesto del lado de Estados Unidos.
Trump se ha aprovechado del impacto emocional de las fotografías de niños fulminados por gas tóxico que dieron la vuelta al mundo y que su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, mostró en el Consejo de Seguridad. Con la respuesta, rompe con su doctrina aislacionista, marca distancias con Rusia (cuya proximidad política resultaba sospechosa), lanza un aviso a China (Trump dio la orden el día que recibió en su mansión en Florida al presidente chino Xi Jinping ) para que frene a Corea del Norte y consigue unir al país contra una amenaza. Y además tiene encantado al todopoderoso lobby de los fabricantes de armas. Lo de menos es que Trump hubiera defendido antes no atacar a El Asad porque “no ganamos nada y sólo nos ocurrirán cosas malas”. A Trump nadie le pide que sea coherente, entre otras cosas porque nunca ha aspirado a serlo, pues a lo largo de su vida el olfato ha sido su brújula y la improvisación, su bandera.