La Vanguardia

Una política de chiste

- Carles Casajuana

El histrionis­mo con que Trump gobierna EE.UU. hace que los chinos confundan las bromas de los medios norteameri­canos con decisiones de la Casa Blanca, como explica Carles Casajuana: “No era la primera vez que los periódicos chinos se tragaban bromas publicadas en la prensa estadounid­ense. En el 2012, el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista, informó a sus lectores de que Kim Jong Un, el dictador norcoreano, había sido proclamado el hombre más sexy del año”.

No hace mucho, varios diarios chinos publicaron que Donald Trump, reunido con sus colaborado­res en albornoz en el despacho oval, les había ordenado que envolviera­n todos los teléfonos de la Casa Blanca con papel de estaño para evitar que les intercepta­ran las comunicaci­ones. Los periódicos en cuestión citaban como fuente a The New Yorker.

El semanario de Nueva York había publicado la noticia, en efecto. El único problema es que la había publicado en un artículo satírico. Los diarios chinos no se dieron cuenta de que era una broma y la reprodujer­on adornándol­a con comentario­s sobre la obsesión de Trump por la posibilida­d de que Obama le estuviera espiando y sobre los supuestos esfuerzos de su equipo para eliminar todo rastro del expresiden­te en la Casa Blanca. “¡Sé que todavía está aquí!”, titulaba un diario económico muy respetable.

No era la primera vez que los periódicos chinos se tragaban bromas publicadas en la prensa estadounid­ense. En el 2012, el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista, informó a sus lectores de que Kim Jong Un, el dictador norcoreano, había sido proclamado el hombre más sexy del año. La fuente era un artículo publicado en el digital satírico The Onion.

En el 2013, la agencia oficial Xinhua difundió que Jeff Bezos, el presidente ejecutivo de Amazon, uno de los hombres más ricos del mundo, había comprado The Washington Post por error con un clic en la página del diario, como había publicado –en broma– The New Yorker. La noticia apareció posteriorm­ente en varios diarios, hasta que la agencia aclaró que no era cierta y la borró de su web.

Analistasc­hinosconsu­ltadospor The New York Times atribuyen estas resbalones a la proliferac­ión de noticias falsas, que al parecer en China son un problema tan grave como en Europa y en Estados Unidos. Sin duda, estos analistas tienen un punto de razón. En un mundo en el que hay factorías enteras dedicadas a la producción y difusión de mentiras para interferir en las elecciones de otros países, para distorsion­ar debates políticos, etcétera, las noticias aparecidas en publicacio­nes serias como The New Yorker merecen en principio toda la credibilid­ad. Ya es bastante trabajoso comprobar la veracidad de noticias que llegan de las fuentes más diversas como para haber de verificar también las aparecidas en publicacio­nes respetable­s.

Hay también un factor cultural, claro. Todos los amantes del humor saben que lo que hace reír a una persona no siempre hace reír a otra. Las razones pueden ser históricas, sociales, personales o incluso coyuntural­es. Cada época y cada país tienen un sentido del humor diferente. Dada la distancia mental entre los dos países, es lógico que de vez en cuando noticias que en Estados Unidos se sabe enseguida que son bromas pasen por serias en China.

Además, en un mundo en el que es posible acceder con un clic a las noticias publicadas en cualquier otro lugar, es comprensib­le que se produzcan estas pifias. La sociedad china vive desde hace cuarenta años un proceso de transforma­ción permanente. Están pasando de la edad media al siglo XXI sin detenerse en ninguna etapa intermedia. Por si fuera poco, no todos los chinos están en la misma fase de este proceso. Mientras en Shanghai viven a la última, en muchas provincias del interior aún están empezando a despertar del largo letargo del comunismo. A saber, pues, cuáles eran los referentes sociales y culturales de los redactores que se creyeron esas noticias sin apreciar que eran satíricas.

Sin embargo, para mí la razón decisiva de que se tomaran en serio la broma sobre los pinchazos telefónico­s en la Casa Blanca no es ni la proliferac­ión de noticias falsas ni la distancia cultural entre ambos países. El factor decisivo es que, en lo que se refiere a Donald Trump, todo es tan insólito que todo acaba resultando creíble. Con un presidente que, según propia confesión, se pasa una hora cada día lavándose y peinándose sus peculiares cabellos –¡una hora!–, que contrata a su hija y a su yerno como asesores, que acusa al anterior presidente de espiarle y que pone tuits criticando a una empresa privada por dejar de comerciali­zar los productos a través de la cadena de tiendas de su hija, es muy difícil saber dónde acaba la realidad y dónde comienza la parodia.

Hay imágenes de Trump discutiend­o materias delicadas de seguridad nacional con el primer ministro japonés en el restaurant­e de un resort de su propiedad en Florida. Si mañana alguien publica que Trump exige que los briefings diarios de inteligenc­ia sean en la piscina del resort, ¿a quién le sorprender­á? Sabemos que le colgó el teléfono al primer ministro de Australia. Si ahora nos dicen que ha pedido que borren al país de los mapas, tampoco nos vamos a escandaliz­ar, ¿no?

En la política norteameri­cana actual, lo difícil no es saber qué es broma y qué no. Lo difícil es no tomárselo todo a broma. Aunque a ratos resulte una broma más bien pesada.

En la política norteameri­cana actual, lo difícil no es saber qué es broma y qué no, sino no tomárselo todo a broma

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