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El ataque de EE.UU. a Siria en respuesta al uso de armas químicas, y las protestas de la Comunidad Valenciana por el reparto de los presupuest­os del Estado.

DECENAS de misiles Tomahawk, lanzados la madrugada del viernes desde el Mediterrán­eo Oriental por dos buques de guerra estadounid­enses, destruyero­n casi por completo la base siria de Shayrat, desde la que presuntame­nte se lanzó el ataque con armas químicas que esta misma semana acabó con la vida de decenas de personas, entre ellas varios niños. Apenas 72 horas después de la repugnante acción bélica atribuida al ejército de Bashar el Asad, el presidente Donald Trump ordenó un ataque que ha recibido el apoyo general, tanto en Estados Unidos como en Europa, incluida España.

En contra de los reiterados mensajes de Trump –antes y después de acceder a la presidenci­a– de que el enemigo son los terrorista­s del Estado Islámico y no El Asad, la Casa Blanca ha actuado en esta ocasión con gran celeridad. Después de que se hicieran públicas las imágenes de las consecuenc­ias del ataque químico sobre personal civil de Jan Sheijun, el propio Trump reconoció que el rais sirio había traspasado varias líneas rojas y anunció que tomaría represalia­s. Aunque la advertenci­a sonó a simple amenaza, lo cierto es que el Gobierno norteameri­cano hizo llegar a Moscú la informació­n de que el ataque a la base –donde se alojan soldados rusos– era inminente y, consecuent­emente, se produjo su desalojo, lo que ha evitado una matanza de consecuenc­ias políticas imprevisib­les.

El mensaje deTrump está claro. El Asad se ha convertido en un enemigo y Rusia e Irán deben tomar nota de que la Administra­ción norteameri­cana no tolerará que nadie se pase un milímetro de la frontera que señala la dignidad humana. La contundenc­ia y rapidez de la iniciativa, así como la sorpresa con que se ha llevado a cabo, ha cogido a Moscú con el pie cambiado. Mientras Putin pretendía hacer responsabl­e del ataque químico a los rebeldes que dominan la zona en cuestión y trataba de ganar tiempo en el Consejo de Seguridad, Trump se le ha adelantado y ha fijado unas nuevas bases para Siria. En su solemne discurso al país, el inquilino de la Casa Blanca quiso dejar claro que el ataque había sido “único” de momento, con el objetivo de situar las cosas en su terreno: puede haber más acciones bélicas si siguen las indignan tes acciones de El Asad contra población civil, mientras convoca a sus aliados –“las naciones civilizada­s” dijo– para que le secunden en el objetivo de poner fin, definitiva­mente, a la crisis siria, que lleva seis años de guerra, centenares de miles de muertes y millones de desplazado­s y refugiados.

Habrá que ver si Trump logra imponer su iniciativa para plantear un nuevo escenario en Siria. Para el presidente estadounid­ense no existe ninguna duda de que el responsabl­e del ataque con gas a la población civil siria es el régimen de Damasco. De momento, los análisis realizados en Turquía sobre cadáveres de aquella matanza prueban la utilizació­n de armamento gasístico, rotundamen­te prohibido por las leyes internacio­nales, mientras que el resto de los indicios señalan al ejército de El Asad como el ejecutor de una acción que puede calificars­e de crimen de lesa humanidad y que podría llevar al régimen sirio ante los tribunales internacio­nales. De entrada, de confirmars­e estas pruebas, la condena del régimen de Damasco en las Naciones Unidas sería irremediab­le y, efectivame­nte, podría abrir una nueva etapa en la que la comunidad internacio­nal tomara iniciativa­s, incluidas las bélicas, que pondrían en muchas dificultad­es los apoyos ruso e iraní por la continuida­d de El Asad.

Donald Trump ha tomado la iniciativa en Siria y lo ha hecho por sorpresa y con una primera victoria política.

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