Guerra contra Occidente
En 1938, Aurel Kolnai, un filósofo húngaro de origen judío que vivía en el exilio, publicó su libro más famoso, La guerra contra Occidente, una investigación de las ideas que sustentan el nacionalsocialismo. Kolnai parece haber leído todos los tratados –la mayoría escritos por los pensadores de tercera categoría– que exaltan las virtudes marciales, abnegadas y sangrientas de la Tierra de Héroes y condenan a las sociedades burguesas democráticas, liberales y materialistas en las Tierras de los Comerciantes (es decir, Occidente).
La Tierra de los Héroes era, por supuesto, la Alemania nazi, y Occidente, corrompido por el dinero judío y el cosmopolitismo nocivo, estaba representado por Estados Unidos y el Reino Unido. Había que compartir la misma sangre para pertenecer al heroico pueblo alemán, mientras que la ciudadanía en el mundo anglosajón estaba abierta a los inmigrantes que accedieron a acatar la ley. Occidente ganó la guerra, al menos en la mitad occidental de Europa; la URSS ganó en el este. Y, en lugar de ser castigados, los antiguos enemigos fueron educados –a través de programas culturales y políticos, ricamente subsidiados por el dinero de EE.UU.– para ser más como los estadounidenses. Al mismo tiempo, Estados Unidos, con la ayuda de Gran Bretaña, estableció un nuevo orden internacional después de 1945, basado en el libre comercio, las instituciones supranacionales y, en teoría, la promoción de la democracia liberal.
Pero la guerra de ideas nunca terminó realmente. Una vez más, las ideas liberales, el internacionalismo y la apertura a los inmigrantes están bajo el fuego. Sólo los grupos marginales abogan abiertamente por el nacionalsocialismo. Pero la hostilidad oficial contra minorías culturales o religiosas ha vuelto, como la repugnancia de las élites cosmopolitas.
Hay por lo menos una buena prueba de dónde se posiciona la gente: su visión del inversionista internacional y filántropo George Soros. Como Kolnai, Soros es un judío de origen húngaro y ha vivido su vida adulta en Gran Bretaña y Estados Unidos. Tras el colapso del imperio soviético, Soros ha hecho más o menos lo que las agencias del Gobierno de EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial. Ha gastado grandes cantidades de su fortuna personal en promover los valores democráticos liberales en los antiguos países comunistas. Uno de los muchos beneficiarios de su generosidad es el actual primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, que estudió en Oxford con una beca Soros.
Ahora, mordiendo la mano que le alimentaba, Orbán calificó recientemente el “imperio transfronterizo” de Soros de amenaza viciosa a la identidad nacional de Hungría. Soros, en su opinión, es un “depredador” respaldado por “toneladas de dinero”. Orbán es un ardiente defensor de la “democracia iliberal”, como otros autócratas elegidos en los antiguos satélites soviéticos. De hecho, Soros podría ser descrito como la personificación de Occidente según lo definido por Kolnai. Es todo lo que los nativistas y los antisemitas odian: ricos, cosmopolitas, judíos y liberales dedicados a lo que Karl Popper, otro niño de origen judío del imperio austrohúngaro, llamó “la sociedad abierta”.
Cuando los enemigos de la sociedad abierta amenazaban a Europa en la década de 1930, había al menos un poderoso contramodelo en el Reino Unido, y especialmente en EE.UU., reforzado por el new deal de Roosevelt. Las víctimas del totalitarismo continental europeo podían todavía encontrar refugio en ese Occidente. Ahora vivimos en un mundo muy diferente. Gran Bretaña ha dado la espalda a Europa, rechazando el internacionalismo de la UE y bebiendo el veneno de los políticos que piensan que la inmigración es una amenaza existencial para la identidad nacional. Y luego está la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Sus puntos de vista sobre la inmigración han dado un enorme impulso moral a los enemigos de Occidente. Su enfoque de “América primero”, la islamofobia, el apoyo a la tortura y los ataques a los principales medios de comunicación están siendo utilizados por antiliberales y autócratas de todo el mundo para justificar el cierre de sus fronteras y aplastar a los “enemigos del pueblo”.
En este clima político, el contramodelo a la sociedad cerrada se está marchitando. Occidente, tal como lo define Kolnai, se enfrenta efectivamente a una amenaza existencial, pero no de los inmigrantes, del islam o de las oenegés financiadas por Soros. Los enemigos más peligrosos de Occidente son las personas que a menudo pretenden salvarlo, como Orbán, la francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders, Kaczynski y Trump.
Hay, sin embargo, una esperanza en Europa que habría asombrado a Kolnai. La canciller alemana, Angela Merkel, pudo haber cometido serios errores, sobre todo en la forma en que Grecia fue tratada por la UE, pero ha sido la más acérrima campeona europea de las ideas democráticas liberales. Sólo podemos esperar que Alemania, la antigua Tierra de Héroes, se mantenga firme en la última guerra contra Occidente.
Los principales enemigos de Occidente son las personas que pretenden salvarlo: Trump, Le Pen, Wilders, Orbán...