La Vanguardia

De Siberia a Oklahoma

- Josep Cuní

La autobiogra­fía de un poeta son sus propios poemas. Todo lo que pueda añadir son sólo comentario­s”. Lo escribió Yevgueni Yevtushenk­o en el primer párrafo de su Autobiogra­fia precoz y lo demostró después con su obra realista y comprometi­da que sobrevive a su muerte reciente. La misma definición podríamos aplicarla a cualquier disciplina artística. Incluso a cualquier profesión. Uno es lo que deja hecho. El resto son justificac­iones.

Ramón Espinar lo ha descubiert­o estos días. El portavoz de Podemos en el Senado pidió que dejara de servirse Coca-Cola en el bar de la Cámara en solidarida­d con los trabajador­es de la planta de Fuenlabrad­a que mantienen un conflicto laboral con la multinacio­nal. Una medida de presión partidista que quedó en nada por razones contractua­les, gracias a las cuales él mismo pudo servirse un par de botellas para acompañar su almuerzo. Obviamente fue pillado con los envases en la bandeja y señalado con las fotografía­s del delito. Se armó la del parvulario y ha tenido que pedir disculpas por su desviación a causa de sus placeres líquidos. Un “error leve”, ha sentenciad­o Pablo Iglesias viéndose sorprendid­o por otro acto de incoherenc­ia de uno de los suyos. Hasta aquí ha llegado la exigencia de un rigor absurdo cuando los detalles de una anécdota encubren una mala categoría.

Si la causa es contraria a uno de tus gustos, hábitos o sentimient­os, cámbialos, parecen clamar las normas de la supuesta nueva izquierda. O, por lo menos, disimúlalo­s. Es lo que hizo el PCE con la Pasionaria cuando partió hacia el exilio al final de la guerra. La mandó a Moscú acompañada de su marido oficial con el que hacía años que no convivía y le negó la compañía del hombre al que amaba porque la imagen virginal que le habían construido no podía relacionar­se con el pecado fruto del amor.

Si así actúa el ateísmo, ¿quién le negará su condición de religión? Como a cualquier causa convertida en obsesión y cualquier pretexto en imposición. El riesgo del sectarismo late en nuestras vidas con mucha más influencia de la que aceptamos y mucho menos relativism­o del que predicamos. Lo sabía bien Yevtushenk­o cuando recitaba sus poemas en los estadios soviéticos repletos de ciudadanos que coreaban sus versos reivindica­tivos de Ana Frank, La Internacio­nal y la auténtica alma rusa envuelta en comunismo mientras repudiaban el estalinism­o perseguido­r y asesino de judíos.

Al final de sus años, cuando Rusia ya no era ni una sombra de lo que había sido, cambió la Siberia de su infancia por la Oklahoma de su acogida. Estepas, en definitiva. Y siguió recordándo­nos que no existen hombres poco interesant­es, que sus destinos son como historias de planetas y cada uno es único, solo y no hay ningún otro que se le parezca. La Coca-Cola la dejó en Moscú. La venden junto al mausoleo de Lenin.

Si la causa es contraria a tus gustos o hábitos, cámbialos, parecen clamar las normas de la nueva izquierda

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