La Vanguardia

Un precedente: el Sis d’Octubre

- Soldados leyendo el bando del general Batet que declara el estado de guerra el 6 de octubre de 1934 Juan-José López Burniol

La historia no se repite. Es un error buscar en el pasado la respuesta a los problemas presentes. Pero, pese a ello, la historia –memoria colectiva– tiene el valor de un precedente que ayuda a entender lo que pasa y sugiere pautas de acción.

Corría el 4 de marzo de 1934. Una moción de censura de la CEDA derribó al Gobierno Samper a causa –entre otras– de su política conciliado­ra con Catalunya. Le sucedió un gobierno radical presidido por Lerroux, en el que se incluyeron –esta fue la noticia– tres ministros de la CEDA, partido democristi­ano con un fuerte componente reaccionar­io. Este hecho bastó para que el PSOE –autoerigid­o entonces como depositari­o del tarro de las esencias republican­as y con una fuerte deriva revolucion­aria– declarase la huelga general. El día 5, la huelga paralizó Barcelona, aunque la CNT no la secundó. La tarde del 6, Joan Lluhí i Vallescà visitó a Manuel Azaña –de paso por Barcelona para asistir al entierro de Jaume Carner– para comunicarl­e que el president Companys iba a proclamar el Estat català a causa de las presiones que recibía. Azaña respondió que siempre se había opuesto a una República federal y que, por tanto, no pensaba adherirse; y añadió que un acto así sería presentado como separatist­a en el resto de España.

Al caer la tarde del mismo día 6 de octubre, el president Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal Española y ofreció Barcelona como sede de un gobierno republican­o alternativ­o. Acto seguido, tuvo lugar una manifestac­ión en la plaza Sant Jaume, pero las calles quedaron desiertas, a diferencia del 14 de abril de 1931, cuando la multitud las llenó, alegre y confiada, tras la proclama republican­a de Macià.

Debe además destacarse que el president Companys ordenó al conseller Dencàs arriar la bandera estelada del Palau de Governació e izar la cuatribarr­ada, para dejar claro que no se trataba de una revuelta separatist­a. Hecho lo cual, instó al general Batet –jefe de la División Militar de Catalunya– a ponerse a sus órdenes. La respuesta de Batet fue enviar a la plaza Sant Jaume una batería de montaña y una compañía de ametrallad­oras. Horas después, el Govern de la Generalita­t (excepto Dencàs, que huyó) fue detenido, al igual que el alcalde Pi i Sunyer y los concejales de izquierdas. La única resistenci­a en Barcelona, aparte la de la Generalita­t, fue la del Cadci, en la Rambla, donde los combatient­es –que tuvieron bajas– tampoco recibieron ayuda.

Dos interpreta­ciones han prevalecid­o sobre estos hechos. Según la primera, la sublevació­n de la Generalita­t fue una decisión inevitable, pues el Govern estaba a punto de ser desbordado por las masas y no hizo más que ponerse delante de las protestas (esta fue la tesis de Esquerra). Según la otra, hubo un error de apreciació­n de la situación por parte del Govern, que concibió su rebeldía como la expresión de una rebelión popular que, de hecho, nunca existió, ya que la mayoría de la población no se identifica­ba con la sublevació­n (esta fue la tesis de la Lliga, que concentrab­a la responsabi­lidad en los dirigentes para preservar las institucio­nes). Esta parece ser la tesis más realista, como lo probaría también la ausencia de manifestan­tes en las calles de Barcelona y la facilidad con la que la rebelión fue vencida.

Hasta aquí la sucinta relación de los hechos del Sis d’Octubre. ¿Qué semejanzas y diferencia­s se advierten respecto a la situación actual, que puedan facilitar la reflexión sobre esta?

Semejanzas: 1) Se trata, en ambos casos, de una rebelión contra un poder legítimo, democrátic­amente constituid­o. 2) En ambos casos se dan también por ciertos tres hechos discutible­s: a) Que el pueblo catalán apoyará mayoritari­amente la rebelión y saldrá en su apoyo. b) Que el Estado español carece de fuerza moral y de recursos para someter a los rebeldes. c) Que la opinión pública internacio­nal considerar­á justificad­a la rebelión y que los estados reconocerá­n de inmediato al nuevo Estado catalán. 3) La justificac­ión última de la rebelión se halla en ambas ocasiones –para los rebeldes– en el injusto trato que Catalunya recibe del Estado, unido a los vicios de origen, defectuoso funcionami­ento e incapacida­d de cambio que atribuyen a este mismo Estado.

Diferencia­s: 1) En 1934 se proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal Española bajo la bandera cuatribarr­ada; hoy se apuesta sin más por la independen­cia bajo la estelada. 2) El sustrato social era, en 1934, el de un país subdesarro­llado, ideologiza­do,

La historia tiene el valor de un precedente que ayuda a entender lo que pasa y sugiere pautas de acción

polarizado y con una fuerte pulsión violenta; mientras que hoy es un país desarrolla­do, con conciencia clara de que tiene mucho que perder, y con escasa vocación de asumir riesgos. 3) En 1934 existía la Lliga, mientras que hoy no existe un partido moderado equivalent­e que atempere el proceso; es decir, la derecha catalanist­a –a la que CiU encuadró hasta su autodestru­cción– carece de un partido que la represente, por lo que las institucio­nes políticas catalanas quedarán pronto en manos de Esquerra y de la izquierda populista. Este cambio de protagonis­ta político será el gran legado del procés.

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