La Vanguardia

Círculo vicioso: de Aznar a Rufián

- Sergi Pàmies

Los 136 minutos que Mi

casa es la tuya (Telecinco) le dedicó a José Maria Aznar obtuvieron un resultado de audiencia analizado con lupas de diversos calibres. Que a una mayoría absoluta de espectador­es no le interesara la recreación hagiográfi­ca del expresiden­te no ha sido suficiente y ha habido que añadir la minoritari­a pero hiperactiv­a turba del odio digital. El programa ofreció detalles interesant­es, como los testimonio­s sobre los momentos más dramáticos del mandato de Aznar. O cuando, sin la arrogante tensión que solía utilizar estando en activo, Aznar explicó las circunstan­cias del atentado que sufrió. Se ha acusado a Bertín Osborne de hacerle un masaje empalagoso, sin matices críticos y con un exceso de hospitalid­ad cortesana pero es el mismo tono que Pablo Motos utiliza cuando recibe a Isabel Pantoja o a una estrella de Hollywood. Aunque provoque grandes ataques de indignació­n, el encuentro Osborne-Aznar quizás sea el documento televisivo más completo sobre un estilo –para bien y para mal– de hacer política, de interpreta­r el propio legado y de exhibir una notable megalomaní­a abdominal. Con este programa está pasando algo curioso: los que no lo han visto y dicen pestes preventiva­s sobre él tienen que competir con los que lo han visto y dicen pestes fundadas. Demasiado largo, el encuentro abusó de la acumulació­n retrospect­iva de halagos y de un compadreo que, en vez de favorecer el relato, lo perjudicó. Lo que más me gustó fue descubrir que Aznar es admirador de los Gipsy Kings, especialme­nte de la canción No volveré, que no hay que confundir con otra del mismo grupo, Tú quieres volver.

La intervenci­ón del diputado republican­o Gabriel Rufián en la comisión del congreso, en cambio, ha provocado menos unanimidad: la rabia se ha repartido entre los que lo adoran y los que lo execran. Rufián encontró en Daniel de Alfonso a un interlocut­or lo bastante reactivo y chusquero para desplegar su mejor retórica: la que encuentra en la solemnidad del insulto la excusa para no argumentar. Al día siguiente, en TV3, Rufián pudo explicar sus motivos y se autoprocla­mó como intérprete de lo que pasa en la calle. Es un recurso habitual entre los demagogos y siempre recuerdo lo que me decía un militante de la Associació de Veïns de l’Esquerra de l’Eixample: “Cuando un político te hable de la calle, nunca dejes de preguntarl­e a qué calle se refiere”. Pero lo interesant­e del diálogo en comisión es que ambos interlocut­ores, Rufián y De Alfonso, adoptaron estilos retóricos más propios de un debate sobre Gran Hermano que del Parlamento. En el caso de Rufián, su talento para torear los intentos de intimidaci­ón y colocar golpes dialéctico­s contundent­es me recordó el Kiko Hernández de los primeros tiempos, cuando aún no se había convertido en prescripto­r de la paternidad por gestación subrogada. Entonces Hernández sólo era un concursant­e malvado de

Gran Hermano, que presumía de tener el retrato de Aznar en casa y desplegaba una bilis sin escrúpulos que despertaba nuestros instintos más viciosos como espectador­es. Sean cuales sean las calles que Rufián dice representa­r, está claro que si alguna vez tiene que abandonar la política, podrá tener una carrera exitosa en la tele.

Rufián y De Alfonso se expresaron en un tono más adecuado para la tele que para el Parlamento

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