Otra aventura
¿Qué fue de Los Cinco, aquellos personajes de Enid Blyton con los que empezamos a leer en la época preliteraria? Es decir, antes de guiarnos por el nombre del autor y saber que consumíamos cultura, una ficción construida. Antonio Orejudo cerraba esos libros exhausto, tras vivir grandes aventuras en el páramo misterioso o en las rocas del diablo. “Más adelante quieres ser el que escribe”, dice en la Laie, “pero entonces te sentías uno de los protagonistas”. Se identificaba con Dick, que siempre los salvaba gracias a su sentido común.
También están Julián, la dulce Ana, el perro Tim y Jorge —en realidad Jorgina—, a la que llaman Jo, y odia ser una chica. Yo era Jo. ¿Nunca os habéis preguntado cómo serían hoy, con cincuenta años?, decía Orejudo a sus amigos. Así surgió
Los cinco y yo. A su madre le gustaría que escribiera cosas normales. Publicada por Tusquets, la novela habla de una generación, la de los sesenta, que fue demasiado joven para actuar contra Franco y demasiado vieja para acampar con los indignados. Creyeron que la cultura era un campo de margaritas. Tendrían que haber sido más combativos, pero esperaron mansamente su turno. Son individualistas. Orejudo le comenta a Antonio Lozano que eso se nota en la literatura que hacen: “Hay un novelista para cada gusto, como los yogures en el súper; con cereales, sin lactosa, azucarado, natural…”. En definitiva, resuelve, son una generación de chichinabo.
Escuchándole en primera fila está Luis Magrinyà, que el día antes presentó en La Calders Intrusos y
huéspedes & Habitación doble con su prologuista Gonzalo Torné. En algún momento, Magrinyà dijo que “nadie se considera el rey del medio pelo”. Hablaba de la importancia de trabajar el espíritu de los personajes. Lo que más le preocupa es el narrador. Como Orejudo, él también es de los sesenta, también lo llaman “autor inclasificable”, su primera persona también confunde a quienes se empeñan en distinguir la realidad de la ficción. Y también le habría gustado montar un show para hablar de su libro, “un tablao flamenco”, según la editora de Anagrama, Silvia Sesé. Fueron a verle, entre otros, Isabel Obiols y Diana Hernández, Luna Miguel, Antonio J. Rodríguez y su hijo punk de un año, Emili Manzano, Gonzalo Pontón, un inesperado Enric Vieso; la. Todo empezó siendo un juego con el editor Constantino Bértolo, pero ya se ha quedado así: Magrinyà quiere ser artista. Como Lina Morgan, o el Hitchcock de Psicosis, o Jardiel Poncela, o Dostoyesvski, que en la página 240 de Los hermanos Karamazov apunta: “No voy a entrar en detalles”. Escritores hay muchos. Por eso prefiere llamar instalaciones a sus libros. Detesta a los que se excusan con un “yo soy así”, porque tú puedes ser así y de otra manera. Sabe que cualquier tontería puede cambiarlo todo.
Pero volvamos un segundo a la Laie. Frente al editor Juan Cerezo y los escritores Robert-Juan Cantavella y Juan Trejo, Orejudo dice que la corrección política es una intoxicación nefasta, porque nace del presupuesto de que, modificando el lenguaje, modificas la realidad; como si suavizándolo, suavizaras la situación y ya no hubiera que solucionarla.
Algo parecido, pero por todo lo contrario, ocurre con el tratamiento del dolor. La intensidad de la foto sin contexto no vale, según el periodista de este diario Xavier Aldekoa: “Las escenas duras deben tener un objetivo, deben ir acompañadas de una explicación de por qué pasa si no, hacemos pornografía de la pobreza”. Lo dice en la Altaïr, atestada de gente que acude a la presentación de Hijos del Nilo, publicado por Península. Jordi Évole le ha preguntado por qué vive en Cornellà, “¿es lo que se parece más a África?”. Y enseguida ha añadido que estos chistes sólo pueden hacerlos los que son de allí. Évole y Aldekoa se conocieron en el Congo, cuando Salvados dedicó un capítulo al coltán. Hicieron un viaje larguísimo a las minas en 4x4 por pistas forestales, había peajes, los coches se embarrancaban. Muchos niños seguían el mismo itinerario a pie, cargados, “y ahí es donde te das cuenta de que Xavi es uno más”, dice Évole, “no he visto a ningún otro blanco convertirse en negro como él”. Entre los dos relatan anécdotas de aquel periplo, como la del abrebotellas en forma de mujer que Aldekoa robó de un hotel que hacía las veces de burdel y en el que les faltó una mosquitera.
África no tiene prioridad en los medios occidentales, hay que encontrar el modo de que se hable de ella. Y Aldekoa lo consigue. Cuenta su visita a las Fuentes del Nilo, a las que sólo puedes acceder en ayunas y sin tocar el agua, porque es sagrada. Y habla de Sudán del Sur, país difícil y extremadamente caro, donde buscó a “las nadie”, mujeres a las que violan en masa y no protegen ni los cascos azules de la ONU.
La librería ha colgado el cartel de aforo completo, hay gente hasta en la escalera. Son jóvenes, y en la cola para pasar por caja, algunos llevan, además, El mapa del mundo de nuestras vidas, de Bru Rovira. No sé si es una generación comprometida, ni si vivieron las aventuras de Los Cinco como viven las de Aldekoa. Pero seguro que ni “de medio pelo” ni “chichinabo” están en su vocabulario.
Hijos del Nilo Xavier Aldekoa conversa con una asistente a la presentación de su libro en la librería Altaïr, mientras Jordi Èvole se deja fotografiar Los cinco y yo El escritor Antonio Orejudo conversa con el periodista Antonio Lozano sobre la obra que los dos presentaron en la librería Laie Intrusos y huéspedes & Habitación doble Luis Magrinyà (derecha) y el prologuista de su libro, Gonzalo Torné, durante la presentación en la Calders Aldekoa: “Las escenas duras deben tener un objetivo, si no, hacemos pornografía de la pobreza”