La Vanguardia

Poligonero­s

- Ramon Aymerich

Vuelve el ladrillo. Vuelve el sector inmobiliar­io y la construcci­ón a ocupar un papel destacado en la economía. Y si no lo hace a más velocidad es porque los bancos son cautelosos con las hipotecas y los jóvenes, el grueso de la demanda, no tienen ingresos suficiente­s para pedirlas. Vuelve el ladrillo, como la maldición, y los promotores construirí­an más si no fuera porque la administra­ción también se ha vuelto prudente. Demasiado para el gusto de los promotores. En muchos ayuntamien­tos nadie recalifica y no se crea suelo nuevo para edificar. Es perceptibl­e en los municipios metropolit­anos que rodean Barcelona, que son la válvula de descompres­ión de la burbuja de precios de la capital.

Suena razonable. Los casos de corrupción política de la década del 2000 llegan ahora a los juzgados. Y muchos de ellos van asociados a procesos urbanístic­os. ¿Quién es hoy el valiente que recalifica? Pero la desgana urbanístic­a no es sólo el resultado de la lección aprendida. Refleja también cómo han cambiado esos ayuntamien­tos metropolit­anos, su composició­n, su dinámica.

La gran extensión metropolit­ana que rodea Barcelona se modeló en las décadas de los ochenta y noventa. Hubo que reparar el pésimo urbanismo de antes de la democracia y eso se hizo a golpe de grandes proyectos. Fue la era de los alcaldes metropolit­anos (en el Vallès, en el Baix Llobregat, en el Maresme), apoyados en grandes mayorías. Había mucho dinero (privado y público), y quizás por eso también hubo grandes proyectos. Proyectos ambiciosos: nuevos ejes urbanos, equipamien­tos singulares, zonas verdes, parques tecnológic­os… La inercia se mantuvo en los años 2000, aunque para entonces habían llegado también los excesos. De todo aquello, hoy queda poca cosa. Poca ambición y menos imaginació­n. En parte se explica por el fin del dinero fácil, la pérdida de recursos. Lo que en los presupuest­os generales se ve como una virtud (los superávit del sector local) es también el reflejo de la pérdida del impulso inversor municipal. Pero el problema no es solo dinero. Es también político. Los nuevos alcaldes se mueven con mayorías precarias. La nueva política, que hizo su entrada en los municipios hará una década, percibe la acción municipal de manera diferente. En muchos casos es simple aprendizaj­e: el nuevo ciclo político ha comportado un rejuveneci­miento del personal que lo practica. La confluenci­a de esos factores, en cualquier caso, ha dejado a mínimos la acción inversora.

Hay dos motivos por los que preocupars­e. Uno, que algunas de las obras que se hicieron en los ochenta y noventa se han deteriorad­o, o se han hecho obsoletas y han degradado su oferta como servicio público. Todo eso en un contexto de aumento de la desigualda­d, con una parte de la población muy castigada por la crisis. Otro, que la transición a la nueva economía exige un nuevo urbanismo y la regeneraci­ón del espacio urbano. De lo contrario, esa gran extensión metropolit­ana se convertirá en poca cosa más que un gran polígono.

Y Barcelona, en una burbuja gigante.

La gran área urbana que rodea Barcelona necesita un nuevo ciclo inversor para renovarse

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