DE MONZÓ A KRAFT
El escritor Quim Monzó posando para el fotógrafo Pedro Madueño con una gran cabeza de atún sobre su mesa de trabajo
Hay diferencias entre lo que hace Quim Monzó en
Taula i barra y la crítica especializada. A veces puede parecer que, como Josep Pla en El que hem
menjat. Monzó eleva a categoría nacional la observación de comprobar que, por ejemplo, a los catalanes no les entusiasman las sopas. En cambio, va más allá de lo que le sirven y se entretiene en detectar contradicciones tan absurdas y grotescas como que un restaurante anuncie un steak tártaro a la plancha. O en sulfurar a los animalistas más intransigentes con referencias a países en los es perfectamente normal comer perro por puro placer gustativo. También se conmueve con la destreza de un camarero que sepa tirar una cerveza como dios manda y analiza las intransigencias y los dogmas de las nuevas religiones alimentarias como el veganismo. Y, con la misma impotencia que el usuario de Rodalies, que sueña con un servicio de trenes puntual y eficaz, Monzó se desespera cuando constata que el servicio de un bar o un restaurante merece las tres ies de las que hablaba Eric Kraft en su novela
Mesas separadas: indolencia, indiferencia e ignorancia. El protagonista de Kraft recomendaba que al cenar o almorzar acompañado es mejor no hablar y tener una tele encendida cerca. Afirmaba que hablar es una falta de respeto hacia la comida y que se pierde la concentración en lo que de verdad importa: lo que hay en la mesa. Ah, y refiriéndose a los camareros de restaurante, Kraft añadía: “Camareros, desapareced. Volved sólo si os necesitamos. No interrumpáis. Y por favor, no volváis para preguntar: “¿Está todo okay?” Conclusión: Monzó y Kraft son, en la mesa o en un libro, la compañía ideal.