La Vanguardia

Sonrisas y libros

- ARTURO SAN AGUSTÍN

mercedes milá “Con su aparente e inofensivo descaro burgués que sigue intentando el escándalo”

En la entrada de la librería Bernat, en el suelo, se lee: “Cruzar esta línea con una sonrisa”. Intenté la sonrisa, pero cuando estaba a punto de cruzar esa línea creí oír en el interior de la librería la voz de Mercedes Milá y, por si acaso, decidí esperar en la calle la llegada de Jaume Boix, director de la revista El Ciervo. Desde que la Milá se nos ha puesto gafas de leer y manda en un programa de libros quizá se ha convertido en una intelectua­l y por eso decidí ser prudente. Y mientras esperaba en la calle la llegada de Boix me dio por discurrir que la Milá, con su aparente e inofensivo descaro burgués que sigue intentando el escándalo, quizá aún no se ha recuperado de aquel ya lejano chasco sufrido en uno de sus programas de televisión y propiciado por Francisco Umbral, que aquella noche lucía chaleco y tos. Umbral, el hombre que vivía mal y escribía bien, le dijo a la Milá, entonces aún ligerament­e contenida, que él no había ido a su programa para hablar de lo que opinaba el personal sino para hablar de su libro. Qué momento televisivo. La Milá con su chasco. Umbral con su chaleco, su tos y el vaso de agua. Y a su lado, Emilio Romero, callado y tieso como una momia franquista con gafas ya definitiva­mente resignado.

Antes, eso que llaman grandes frases solían pronunciar­se en los campos de batalla, pero lejos de las bayonetas y los tiros. También se pronunciab­an en los senados y parlamento­s. Ahora se escuchan a través de la televisión. Por ejemplo, José Antonio Labordeta mandando a la mierda a algunos diputados del Partido Popular porque no le dejaban hablar. O Umbral diciendo lo de su libro. O la Milá, también engañada, diciéndole al presunto estafador de los falsos tumores lo siguiente: “Qué historia, Dios mío. Eres un valiente”. O sea, que el martes me acerqué a la librería Bernat porque en la misma se entregaba el premio Enrique Ferrán de artículos periodísti­cos que convoca anualmente la revista El Ciervo y cuyo ganador, en esta ocasión, ha sido Vicente Ortí. En su artículo, el autor argumenta y afirma que el trabajo es un derecho.

Con Jaume Boix, director de El Ciervo, decana de las revistas culturales españolas, siempre acabo riendo. La razón es que Boix, como todos los nacidos en las proximidad­es de algún lago, es una de las personas más irónicas, amenas e imaginativ­as que conozco. Con Boix, que afirma que la superviven­cia de El Ciervo se debe a que es una revista que no tiene enemigos, se puede hablar de periodismo, del tango, del toro, de emperadore­s olímpicos, de teatro, de pasteles e incluso de Miguel Hernández, poeta del que se cumplen los 75 años de su muerte y al que siempre envidiaron y despreciar­on, por cabrero y popular, dos de los señoritos andaluces más conocidos: Federico García Lorca y Rafael Alberti. Uno de los primeros que supo ver en Miguel Hernández al poeta que era fue aquel fascista lírico, delirante, ameno y feo que respondía por Ernesto Giménez Caballero. “Vosotros, literatos influyente­s y mangoneado­res; vosotros, Gobierno de intelectua­les, ¿no tenéis algún intelectua­l que esté como una cabra para que lo pastoree este muchacho?”.

Y no, el martes no me atreví a entrar en la cálida librería Bernat. Por cierto, qué bien escribe la siciliana Simonetta Agnello Hornby.

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GIARDINETT­O SESSIONS Mercedes Milá en una reciente entrevista
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