Apoteosis de Sheeran en un Palau Sant Jordi atestado
Apoteósico concierto del cantautor británico en un atestado Palau Sant Jordi
Tardó 56 minutos pero al final la cantó, porque si no hubiera sido un sinsentido. Ed Sheeran interpretó anoche Barcelona en Barcelona, es decir, una canción incluida en su nuevo disco, ÷, y que había levantado polvareda por estar salpicada de tópicos de turismo de borrachera en relación con la capital catalana (“drinking sangría/ Mi niña, te amo mi cariño/Barcelona/Mamasita rica/Sí tú, te adoro, señorita”). Al público asistente no le debió de parecer nada mal, porque la acogió con uno de los griteríos aprobadores más ensordecedores de la noche.
Y es que Ed Sheeran es un fenómeno. Tiene caracteres objetivos como que es británico, sus 26 años, su condición de pelirrojo y, dicen, que tirando a poco agraciado. Además, se dedica a la música, toca la guitarra, escribe canciones y las interpreta. Y, en ese formato de cantautor armado únicamente con su voz, su guitarra y su presencia, que llena los recintos allí donde actúa y, sobre todo, convence a los que van a verle y escucharle.
Anoche volvió a demostrarlo en un atiborrado Palau Sant Jordi con motivo de la presentación de su nuevo álbum ÷, su tercer disco de estudio con el que está batiendo récords de venta y difusión. El espacio de Montjuïc, que hace dos días registraba otro espectacular
sold out con la actuación de Bruno Mars, anoche acogió a una multitud también anhelante de ver a su héroe; un héroe, por cierto, que no cumple con los tópicos preestablecidos por el showbusiness y que apareció en el escenario tras el paso de dos teloneros, Ryan McMullan y Anne-Marie. Un público que, al tratarse ayer de día festivo, soleado y que al día siguiente no había escuela, acudió en masa con significativa presencia de jóvenes, no tan jóvenes y también numerosos adolescentes y niños. Para muchos de ellos era toda una experiencia iniciática, ver a su ídolo en un concierto de esas dimensiones.
Fue impresionante comprobar cómo al finalizar la apoteósica función tras las más de quince canciones que interpretó, allá arriba en el escenario solo había un veinteañero con una empatía que funciona (aunque, mirándolo fríamente, se hace difícil de entender ya que Sheeran parece un tipo tirando a soso) y armado tan solo con una voz emocionante, la guitarra de marras y un pedal para crear loops sonoros y dar también salida a sonidos pregrabados. Solo eso, y las canciones, por supuesto, que funcionan de fábula con su mezcla de ternura, sentimiento y gancho, pero que no necesariamente son enmarcables.
Arrancó la velada –que se ciñó a una hora y media– de forma ya impresionante con Castle on the hill, y su selección incluyó los cortes imprescindible y alguna relativa sorpresa como el estribillo de Human de Rag’n’Bone Man. Hubo de todo, como un Galway Girl que transmitió mucho (“…I took her by the hand/ Said, ‘baby, I just want to dance’/My pretty little
Galway girl”). O cuando animó al respetable a acompañarle en el tema que cerraba oficialmente la noche, un Sing estimulante y que puso cara de feliz sonrisa a los entregadísimos devotos que coreaban “Sing! Louder! Sing!”. En cualquier caso, la entrega de los asistentes fue máxima, coreando y cantando sobre todo las composiciones de su último álbum, aunque sin hacer ascos a las pertenecientes a sus dos discos anteriores,
+ (The A Team y You need me, i don’t need you )y x (Bloodstream, Sing y Thinking out loud). Sheeran, cuya precoz carrera musical arrancó como autor de éxitos de pop para estrellas como Justin Bieber, Taylor Swift o One Direction, ha ido reflejando en su cancionero su madurez de forma paulatina, y así, por ejemplo, recordó sus antepasado irlandeses en la evocadora Nancy Mulligan, se divirtió con las entonaciones gaélicas, o directamente emocionó con la citada Galway girl o rindiendo tributo al maestro Van Morrison con, por ejemplo, How
would you feel (Paean), hermosa balada incluida en su reciente álbum y que contó con el apoyo de un teclista para ofrecer un ligero acompañamiento.
En fin, Sheeran parece un buen chaval; como se decía al principio no es ninguna beldad, pero su dulzura y barba que no acaba de ser le otorgan un encanto que por lo visto es arrasador. Si a eso se añade un repertorio de que tira a dulzón, cuando no almibarado, ideal para corazones dispuestos y agitados, la cosa tiene visos de infalibilidad. Y encima, no tiene aspecto de superstar y aparece allí como uno más, un buenazo que quiere disfrutar del corazón y de la vida… aunque sea bebiendo sangría en Barcelona.
Para muchos de los asistentes era la primera vez que veían a su ídolo en un concierto de esas dimensiones