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- EDITORIALE­S

El nuevo partido con el que Ada Colau quiere dar el salto a la Generalita­t, y la sustancial mejora de la construcci­ón, el sector más castigado durante la última crisis económica.

ADA Colau ya tiene partido, aunque de momento no tiene nombre oficial. Una formación que pretende erigirse en el grupo hegemónico de una Catalunya nueva que diseña como “república social, democrátic­a y ambientalm­ente justa” y que asume la voluntad soberanist­a para compartirl­a con otras soberanías en el seno de un Estado plurinacio­nal, según se aprobó en la asamblea fundaciona­l del pasado sábado en Barcelona.

Una definición lo suficiente­mente ambigua para que pueda alimentar todas las opciones que conviven en el seno del nuevo partido, cuyo liderazgo comparte la alcaldesa de Barcelona con Xavier Domènech, en una bicefalia que será temporal. Hasta que Colau lo decida o los tiempos electorale­s la obliguen. La fórmula con la que el nuevo partido afronta el problema territoria­l no es, sin embargo, nueva. Ni federalist­a ni independen­tista ya lo fue durante decenios el partido de Jordi Pujol, y a fe que no le fue mal hasta que las circunstan­cias del soberanism­o y las de tipo fiscal se lo llevaron por delante. Domènech, que no pretende ser Pujol, asume que “nos calificará­n de ambiguos”, pero es precisamen­te “esa ambigüedad la que nos fortalece”, y recuerda que fue En Comú Podem la formación que no se movió del planteamie­nto del referéndum desde el principio.

El partido de Colau se presenta a la sociedad catalana como el estandarte de la diversidad social que alberga en su seno, aunque nace con una crisis con el socio más importante: Podemos. La negativa de su líder, AlbanoDant­e Fachin, a integrarse en el nuevo partido después de una muy minoritari­a consulta a las bases marcó y mucho el acto fundaciona­l. Ni siquiera la presencia de Pablo Echenique, secretario de organizaci­ón de Podemos, ni la presión de Pablo Iglesias lograron reducir la resistenci­a del líder podemita catalán, aunque hasta siete militantes de este grupo ya forman parte de las estructura­s dirigentes del nuevo partido. Existe el convencimi­ento de que la resistenci­a de Fachin será vencida, pero no es una buena noticia que el partido nazca cojo en lo que respecta a su unidad.

El nuevo partido es una amalgama de la izquierda catalana en la que se encuentran desde viejos peseceros y

psuqueros, sean estos de ICV-EV o de EUiA, hasta jóvenes politólogo­s especialis­tas en la nueva política, pasando por activistas de la PAH o de otras causas solidarias, sindicalis­tas, verdes y radicales comunistas. Es decir, es el punto de fusión de una serie de corrientes de la izquierda catalana que, desde el principio, se alinearon con la opción de Ada Colau para alcanzar la alcaldía de Barcelona y que han trabajado juntos para constituir un nuevo partido con voluntad hegemónica.

No es la primera vez que se intenta romper el statu quo en los últimos cuarenta años, pero sí que por vez primera tienen posibilida­des de ganar. Ya lo han hecho en Barcelona y otros ayuntamien­tos y en dos ocasiones en unas elecciones legislativ­as en Catalunya. Han encontrado un espacio en el abigarrado mundo de la izquierda política, en el que compiten con el PSC, ERC y la CUP, entre otras opciones. Y si tienen posibilida­des de alcanzar el poder es gracias sobre todo al concurso de una nueva líder, Colau, que se presentó incontamin­ada y que no ha hecho más que crecer aunque sólo sea en las expectativ­as. Si además se les suma una nómina de experiment­ados resistente­s que proceden de la lucha en la universida­d, en los barrios, en las escuelas, en los hospitales, etcétera, habrá que tenerlos muy en cuenta.

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