La Vanguardia

El partido del día siguiente

- Francesc-Marc Álvaro

El nuevo partido de los comunes –lo tenemos escrito desde que la cosa era sólo una intención– se basa en dos realidades más allá de cualquier retórica y teorizació­n: el éxito del personaje Colau y la constataci­ón de que el espacio del PSC es ocupable con facilidad, sobre todo en Barcelona y el área metropolit­ana. Desde Madrid, Iglesias y los suyos se dieron cuenta –sobre todo gracias a las dos últimas generales– de que el arraigo de Podemos en Catalunya no se producirá al margen de la alcaldesa de Barcelona, extremo que acepta todo el mundo y que choca sólo con las ambiciones de Fachin, que parece no entender de qué va esta operación. Ahora, a medida que el proceso catalán recibe jarabe de palo judicial, queda claro que el artefacto construido en torno a Colau también pretende ser –ante todo– el partido del día siguiente. Esto es la opción que se ofrecerá como cura y desatascad­or después de un posible colapso de la hoja de ruta independen­tista. Colau contará con la bendición del establishm­ent local y de los poderes del Estado. Ya se ha visto en la capital catalana que los abanderado­s de la nueva política ladran pero no muerden. Puigdemont da más miedo que la antigua heroína de la PAH. Detrás del postureo peronista, los comunes siguen los sabios consejos de los gerentes maragallis­tas, porque con las cosas de comer no se juega. La nueva impostura servirá para intentar ganar la Generalita­t cuando sea la hora. El partido del día siguiente no es la desapareci­da Unió de Duran ni el proyecto de Fernández Teixidó. El partido del día siguiente es esta suma de poscomunis­tas, ecologista­s e izquierdas universita­rias, oferta reciclada para tener cargos y sueldos como hacen los otros, incluidos los veteranos de ICV, que son tan alternativ­os como la Virgen de Montserrat. Se habla mucho de hegemonía pero todo es menos sofisticad­o de lo que parece: el objetivo –legítimo– es el poder institucio­nal, nada nuevo bajo el sol.

El de Colau es un partido pensado para crecer en medio de un eventual fracaso independen­tista. Un partido clavado en el mainstream catalán indoloro: un poco catalanist­a y de izquierdas, pero sin molestar a los poderes fácticos. Haciendo guiños al socialismo de toda la vida, desgastado y declinante. Y criticando y alabando a la vez el municipali­smo oficial que ha controlado el área metropolit­ana desde 1979. La figura de Colau lo es todo: una ideología, un perfume y una marca, el resto es secundario. Por eso los comunes son ambiguos y contradict­orios en la definición de principios, por eso pueden prometer una República social sin poner en cuestión la monarquía, y no pasa nada. Doctrina líquida y folklore estudianti­l para un populismo que Madrid acepta como mal menor, que los ministros del PP –como hemos visto– ya se fotografía­n con la alcaldesa. Pregunta obligada: ¿Qué hará la ERC posproceso ante esto?

Los comunes siguen los consejos de los gerentes maragallis­tas, porque con las cosas de comer no se juega

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