La Vanguardia

Y si hay crisis, ¿adónde han ido?

- Joaquín Luna

Vivir en crisis nos gusta: la gente se escapa a la segunda residencia y lo ve como un privilegio y no un castigo

El barrio –mitad Gràcia, mitad Guinardó– se ha quedado vacío este fin de semana. Ya me gusta, pero... ¿qué pensarán de nosotros los turistas que van o vienen del Park Güell a la Sagrada Família? ¡Estamos en crisis! Y en lugar de escenifica­r un país en naufragio económico, político y territoria­l, la gente se va de vacaciones. ¡Como se entere la Merkel! Tanto dispendio fuera en la marca España y en la marca Catalunya y al final estamos al cabo de la misma calle: la clase media se va de los barrios de clase media un viernes y quizás no reparezca hasta dentro de diez días. ¿Y esta Semana Santa cómo lo explicamos a Jimmy Carter, a Mario Draghi o al obrero de Gelsenkirc­hen que nos honra con su visita?

La clase media llena la costa, el Empordà, la Cerdanya y los vuelos a Praga o Berlín para huir de la crisis en la que vive, una reacción que parece contradict­oria pero es muy nuestra. De esta forma, Barcelona está desierta y sólo quedamos los pobres, las viudas y las divorciada­s sin niños y los divorciado­s con niños, colectivos capaces de transmitir al turista la profunda crisis del país.

La gente, además, le ha pillado el gusto a vivir en crisis y no hay político que se atreva a decir “¡ya hemos salido de la crisis!” porque si estando así muchos ciudadanos se van diez días de vacaciones, estos mismos señores se cogerían un mes y en lugar de tomar el sol en Cunit querrían volar a Londres para ver los efectos del Brexit y lo bien que viven los ingleses de la periferia con sus trenes de cercanías.

No, a los españoles nos sientan bien las crisis porque así el pueblo se escapa a la segunda residencia y lo vive como un privilegio y no como el castigo divino que es tener una segunda casa, una segunda limpieza, una segunda contribuci­ón urbana y una segunda esclavitud.

A nuestros dirigentes la crisis ya les va bien. Unos, para decir que gracias a ellos estamos a punto de salir de la crisis; otros, para justificar que hay que inventar un Estado nuevo donde nunca habrá crisis, y los del medio, para justificar que urge una nueva izquierda, con tics de comunidad de vecinos indignada y un lenguaje de los años setenta, tan plasta y algo hueco.

Vivir así es morir de amor, de gasto en gasolina y de vermuts al sol, y todo por culpa del Estado, que en lugar de garantizar y financiar el individual­ismo del español alega que carece de recursos y tiene por rostro al señor Montoro, con esa cara de jugador de dobles que a la que puede te tira la bola al cuerpo y luego suelta con media sonrisa un “uy, lo siento”.

El periodista ignora cuánto durará esta crisis que ha dejado vacío el barrio de clase media y me permitió el sábado comprar gambas, langostino­s y unos berberecho­s espléndido­s a buen precio mientras la pescadera y yo nos preguntába­mos cuánto falta para cambiar de coyuntura.

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