La Vanguardia

Louisette y el amante

- Joana Bonet

La letra era adulta, y empecé a preguntarm­e cómo debía ser esa mujer que encontró el tiempo de forrar el libro

Busqué en la biblioteca mi viejo ejemplar de El amante editado por Tusquets. En los últimos meses, tres mujeres bien distintas –o no tanto–, Juliette Binoche, Marta Sanz y Delphine de Vigan, me habían confesado su fascinació­n por ese libro y por Marguerite Duras; de qué forma las había marcado, cómo se quedaron atrapadas en su prosa, en ese dejarse invadir por la sensación constante.

Siempre se vuelve a Duras, o mejor dicho, hay que regresar a ella cuando añoras su respiració­n lenta, un modo de escribir que tanto se parece a los silencios del amor. Su obra mantiene intacta la tensión erótica y existencia­l a través de una sintaxis combativa que plasma su duda en voz baja. “Para que el mundo sea soportable, es necesario exorcizar las obsesiones, pero la escritura puede tanto esconderla­s como desvelarla­s”, aseguraba.

El caso es que, cuando tuve entre mis manos el libro subrayado –la portada arañada, señales en las esquinas de las páginas–, avisté algo en el fondo de la estantería. Se trataba de un ejemplar en francés, una primera edición reducida de 99 copias, de Éditions de Minuit. A pesar de ser un libro de viejo, estaba plastifica­do con premura. En su primera página, un nombre, inclinado en la esquina, escrito a lápiz para no molestar: Louisette. La letra era adulta, y empecé a preguntarm­e cómo debía ser esa mujer que encontró el tiempo de forrar el libro y colocarle una faja recortada, con el anuncio: “Prix Goncourt 1984”. Pero eso no era todo, en el interior de la portada, doblado y custodiado por el forro, había un recorte de Le Figaro Magazine. Era un exordio de la obra, firmado por François Nourissier, entonces secretario de la Academia Goncourt y empezaba así: “¿Por qué se sorprende uno de que el ‘gran público’ haya hecho un triunfo de este libro? Eso sería tratar de tontos a los lectores, que no lo son”.

Enseguida me imaginé a Louisette, pulcra y detallista, amante de los libros. Su ejemplar, que había olvidado del todo –tardé en recordar que lo había comprado en los bouquinist­es del Sena– se conserva impecable. Tan sólo aprecio unas manchas de óxido en la primera y en la última página. Las hojas guardan la prestancia del papel usado, pero carecen de cualquier marca o trazo. Pensé que Louisette nunca hubiera querido venderlo: no tanto por ser una primera edición –de los más de tres millones de ejemplares que se han editado de la novela–, sino por la delicadeza con la que lo había cuidado. Me dije que probableme­nte habría fallecido ya, y que alguien habría vendido sus pertenenci­as a un chamariler­o, que la crueldad del paso del tiempo había enterrado todo lo que pudo sentir al leer las líneas entrecorta­das de El amante, pero que, aun y así, había sobrevivid­o su huella, la de una lectora anónima que había dejado en su libro un tranche de vie, retazos de una vida entre los que acabas encontrand­o un pedazo de la tuya. Si estás viva, Louisette, da señales y te devolveré tu libro.

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