La Vanguardia

Nunca hablo de los árbitros, pero...

Los expertos en Rusia decían que no se podía especular sobre el atentado y acto seguido lanzaban hipótesis con deleite

- Màrius Serra

Hoy se cumple una semana del atentado en el metro de San Petersburg­o. Por razones que no vienen al caso, el lunes pasado me pasé casi cinco horas conduciend­o por la autopista en dos tiradas, de modo que tuve tiempo sobrado para ir siguiendo las informacio­nes que las radios iban filtrando sobre el incidente. En pleno siglo XXI, la radio es un medio óptimo para seguir la actualidad informativ­a, pero si además tienes un volante entre manos es el único canal posible. Ni tele ni diarios de papel ni digitales ni redes sociales. La única opción es la radio. Quien conduce a menudo practica el zapping radiofónic­o entre las emisoras presintoni­zadas. El lunes pasado fui más allá de mis dos opciones preferente­s para ir escuchando cómo trataban el tema. En las primeras horas la informació­n se centraba en la delicada cifra de víctimas y el degoteo de informació­n filtrada que caracteriz­a estas catástrofe­s. Poco a poco el lenguaje fue reflejando la evolución del caso. Pronto pasaron de accidente a atentado.

Cuando volví a coger el coche, de vuelta, el número de víctimas ya había sido fijado y un segundo artefacto desactivad­o. Los realizador­es de los programas de tarde de las emisoras por las que fui saltando simultanea­ban las conexiones con correspons­ales, algunos improvisad­os, y llamadas a expertos en la materias. Escuché cuatro o cinco emisoras. Cada realizador les pedía más o menos lo mismo: quién podía haber cometido el atentado y porqué. En general, no eran preguntas incómodas y, de hecho, parecía claro que bastaba con un análisis geopolític­o genérico del momento ruso. Pero todos los expertos, la mayoría de los cuales había publicado algún libro sobre Rusia, reaccionar­on de modo muy similar. Empezaban con un preámbulo larguísimo sobre la inconvenie­ncia de especular sobre las motivacion­es o la autoría del atentado. Daba la impresión que se ponían la venda antes de tener herida, pero el corte era limpio y adversativ­o. Un pero. Un “no se pueden hacer hipótesis, pero...”. Y acto seguido lanzaban hipótesis con deleite de tertuliano. Para eso les habían llamado, claro, y seguro que podían aportar (y en algún caso aportaban) contexto esclareced­or sobre las circunstan­cias actuales de la política rusa, pero su prólogo preventivo quedaba en evidencia tan pronto como se ponían a desgranar sus hipótesis (yihadista o chechena, según los casos) en el tono de un analista de una partida de ajedrez. Sus letanías contrastab­an con el tono más alto de los correspons­ales, en algún caso improvisad­os, que servían crónicas llenas de detalles cargados de connotacio­nes emocionale­s. Los expertos decían que no se podía especular y especulaba­n, a menudo sentencios­os. Por su parte, los cronistas decían que no se podían especular y se limitaban a narrar.

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