Nunca hablo de los árbitros, pero...
Los expertos en Rusia decían que no se podía especular sobre el atentado y acto seguido lanzaban hipótesis con deleite
Hoy se cumple una semana del atentado en el metro de San Petersburgo. Por razones que no vienen al caso, el lunes pasado me pasé casi cinco horas conduciendo por la autopista en dos tiradas, de modo que tuve tiempo sobrado para ir siguiendo las informaciones que las radios iban filtrando sobre el incidente. En pleno siglo XXI, la radio es un medio óptimo para seguir la actualidad informativa, pero si además tienes un volante entre manos es el único canal posible. Ni tele ni diarios de papel ni digitales ni redes sociales. La única opción es la radio. Quien conduce a menudo practica el zapping radiofónico entre las emisoras presintonizadas. El lunes pasado fui más allá de mis dos opciones preferentes para ir escuchando cómo trataban el tema. En las primeras horas la información se centraba en la delicada cifra de víctimas y el degoteo de información filtrada que caracteriza estas catástrofes. Poco a poco el lenguaje fue reflejando la evolución del caso. Pronto pasaron de accidente a atentado.
Cuando volví a coger el coche, de vuelta, el número de víctimas ya había sido fijado y un segundo artefacto desactivado. Los realizadores de los programas de tarde de las emisoras por las que fui saltando simultaneaban las conexiones con corresponsales, algunos improvisados, y llamadas a expertos en la materias. Escuché cuatro o cinco emisoras. Cada realizador les pedía más o menos lo mismo: quién podía haber cometido el atentado y porqué. En general, no eran preguntas incómodas y, de hecho, parecía claro que bastaba con un análisis geopolítico genérico del momento ruso. Pero todos los expertos, la mayoría de los cuales había publicado algún libro sobre Rusia, reaccionaron de modo muy similar. Empezaban con un preámbulo larguísimo sobre la inconveniencia de especular sobre las motivaciones o la autoría del atentado. Daba la impresión que se ponían la venda antes de tener herida, pero el corte era limpio y adversativo. Un pero. Un “no se pueden hacer hipótesis, pero...”. Y acto seguido lanzaban hipótesis con deleite de tertuliano. Para eso les habían llamado, claro, y seguro que podían aportar (y en algún caso aportaban) contexto esclarecedor sobre las circunstancias actuales de la política rusa, pero su prólogo preventivo quedaba en evidencia tan pronto como se ponían a desgranar sus hipótesis (yihadista o chechena, según los casos) en el tono de un analista de una partida de ajedrez. Sus letanías contrastaban con el tono más alto de los corresponsales, en algún caso improvisados, que servían crónicas llenas de detalles cargados de connotaciones emocionales. Los expertos decían que no se podía especular y especulaban, a menudo sentenciosos. Por su parte, los cronistas decían que no se podían especular y se limitaban a narrar.