Varón, de 50 años y rico
Perfil del comprador de órganos humanos que paga unos 170.000 euros a las redes ilegales por un riñón
Adentrarse en el mundo del comercio ilegal de órganos es adentrarse en esa parte del ser humano más tenebrosa, insolidaria e inhumana que uno pueda imaginar. Y quizá, también, la que sea más fácil de entender (aunque cuesta): un hombre necesita un riñón o un hígado para intentar ganar años de vida y lo buscará dónde sea, aunque eso implique que otra persona en la extrema pobreza se vea obligada a entregárselo pese a que su vida corra un enorme peligro. Y, en medio, una red mafiosa, integrada por decenas de personas, incluidos médicos, que se lucran de las necesidades de los demás. Todo ello con la aquiescencia en muchos casos de los gobiernos de turno que miran para otro lado ante la flagrante vulneración de los derechos humanos. El dinero manda.
Mucho se ha hablado de quiénes venden (los más vulnerables del planeta, a los que lo único que les queda por ofrecer es su propio cuerpo), pero menos de quienes compran, normalmente protegidos por una suculenta cuenta bancaria y el prestigio social. Pero, ¿quiénes son? Varones, de unos 50 años, residentes en algún país de Oriente Medio, como Arabia Saudí o Qatar, o en el mundo occidental y, por supuesto, con dinero. La compra de un órgano en el mercado negro puede alcanzar los 150.000 dólares.
Ante la imposibilidad de conseguir un órgano rápido en su país de origen, bien porque su Gobierno no tiene desarrollado una red de trasplantes, bien porque consideran que no es apto para ello, el paciente rico acude al mercado ilegal. ¿Cómo? En muchas ocasiones son los propios médicos de las clínicas privadas los que aconsejan cómo hacerlo o bien por internet, donde hay agencias que ofrecen estos servicios. Así de fácil.
Beatriz Domínguez-Gil, médico de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) y una de las mayores expertas internacionales de tráfico de órganos, aporta estos datos en la XIV reunión de coordinadores de trasplantes y profesionales de la comunicación que se celebró hace unos días en Zaragoza, en la que revela el lucrativo negocio del comercio ilegal de órganos: de los 170.000 euros que cobran, apenas 5.000 los recibe el vendedor (“si es que al final se los dan o no muere en la intervención”) y el resto es para la red. Según los datos facilitados por la OMS, el 10% de los trasplantes que se realizan en el mundo son ilegales. Esto podría suponer un trasplante ilegal cada hora, aunque hay quienes señalan que la cifra podría ser mucho mayor. “Creemos que esto es una aproximación a la baja”, indica Domínguez-Gil.
Precisamente son a estas mafias hacia las que se dirige el Gobierno de Israel, hasta hace no mucho, uno de los países con un importante número de “compradores” de órganos (las aseguradoras reembolsaban el dinero de quienes acudían al extranjero a trasplantarse porque así se ahorraban la diálisis, a largo plazo, más cara). Pero en el 2008, Israel prohibió cualquier pago por un órgano, tanto en su territorio como en el exterior .
Pero, sobre todo, se ha centrado en perseguir a las mafias que ofrecen estos servicios, como el instrumento más eficaz contra el tráfico de órganos, tal y como señala Gilad Erlich, fiscal del distrito central, que mantiene una especial lucha, por un lado, con el Gobierno de Turquía, que apenas controla el tráfico de órganos (sus hospitales realizan con impunidad trasplantes de estas características) y contra las clínicas privadas, que han visto en esta práctica una manera de hacer dinero. La solución la da Domínguez-Gil: un sistema de salud público, universal y gratuito y un sistema de donaciones y trasplantes basado en la voluntariedad y el altruismo. España es el ejemplo claro.
Se calcula que cada hora se realiza un trasplante ilegal en el mundo, aunque la cifra se queda corta