Palabra de notario
El Consejo de Notariado promueve la profesión entre los estudiantes de instituto
Hace unos años, un profesor preguntó a sus alumnos cómo veían distintas profesiones, entre ellas, la de notario. “¿Notario? –respondió un alumno–, hay que estudiar mucho pero luego te forras, tienes mucho tiempo libre y juegas al golf”. Este comentario no se aleja de una creencia social contra la que lucha la organización colegial del Consejo General del Notariado. Ser notario se asocia a pisos nobles forrados de madera, con secretarios y oficiales ceremoniosos.Ser notario se asocia a un club reservado para los mejores, cerca del poder y del dinero. Ser notario es un hombre, de pelo cano, cuya entrada en la estancia se saluda levantándose del asiento. El que recita “comparece ante mí...”.
Francisco Cano, estudiante de segundo de bachillerato en el instituto Doctor Puigvert de Santa Coloma de Gramanet, fue invitado a vivir una jornada en una notaría para comprobar la falacia de estos estereotipos. Recaló en el despacho de una mujer joven y desenvuelta, Carlota Royes (29 años), que ha ocupado la última plaza abierta en Barcelona. Su notaría, situada cerca de la Sagrada Família, está voluntariamente alejada del eje paseo de GràciaDiagonal. Es una “notaría de barrio”, un lugar para traducir la voluntad de las personas en términos jurídicos.
“Se curra bastante más de lo que creía”, dice Fran, alumno brillante inclinado a los estudios jurídicos, al final de la jornada. “¿Que si se trabaja? ya has visto. Estuve todo el fin de semana preparando actas”, replica Royes quien para abrir el despacho ha tenido que invertir en su alquiler, reforma y contratación de un oficial. “Los costes a los clientes están fijados por la administración pero los gastos del despacho corren por cuenta propia”.
En la notaría la jornada ha discurrido entre compraventas de inmuebles, otorgamiento de poderes y redactado de varios testamentos. Hasta allí han acudido con uno de sus hijos, Camilo e Inocencia. Tienen más de 80 años y cuentan a Royes y Fran que van a vender el coche porque el anciano no se ve con ánimo de conducir. La abogada ha redactado sus voluntades pero la notaria quiere conversar sobre sus deseos. Camilo relata que tienen un piso en l’Hospitalet de Llobregat y un “terruño” cerca de Barcelona en el que cultiva y al que va a “hacer pan”. Esos días, cuando usa el horno, el otro hijo que no está en la sala, se acerca. “Por la bolla de pan”. Pero no suele visitarlos. Así que quiere dejar la tierra al hijo presente y el piso, al que no está. Pero “si la cosa se pone peor”, por la salud, uno de sus nietos podrá vender las propiedades y pagar a una mujer que los cuide. “Y si yo no estoy, no quiero que a la mujer le falte nada”.
Toca hablar a Inocencia, propietaria de la mitad de los bienes. “Lo que haga él, hago yo”. Pero a la notaria no le sirve este testimonio. El marido y el hijo se adelantan y explican a Royes, por si no lo ha comprendido, la voluntad de la mujer, que permanece muda y pequeña. Pero sí había entendido. “Se lo pregunto a usted, Inocencia”. La anciana se atropella con el nombre del nieto, a quien adora. Y se oyen exclamaciones, que no, que se equivoca. La notaria manda callar a los hombres y la mira afablemente: “Son sus cosas, Inocencia, el trabajo de una vida. Por eso le pregunto a usted, ¿a quién las quiere dejar?”. Y responde: “A los hijos, como hemos convenido” para añadir, “luego irán al nieto”.
Escribe sobre el papel tomándose sus pausas. Escribe con pulcritud escolar. La mujer joven deja una rápida rúbrica después, con su mano zurda, dando fe de su voluntad. La rapidez la adquirió en los últimos meses. Es la firma que adoptó como notario a la que incluyó, como es perceptivo en la profesión, un signo identificativo. Eligió una balanza.
Por la notaría pasa la vida. Fran acaba de descubrirlo. Estudiará en la UPF y quizás se presente a un estrado para cantar los temas de la oposición como hizo Royes. “Me ha gustado el trato, es como decirles ‘no se preocupen con todo este papeleo tan farragoso, yo controlo, y se hará como quieran’”. Los ancianos (Camilo e Inocencia son nombres ficticios) pagan los 50 euros seguros de que cuando uno no esté al otro no le quitarán lo que es suyo y que cuando sean los dos los que falten, su legado pasará a sus hijos. Palabra de notaria.