La Vanguardia

El hombre detrás del artista

RICARDO ARDÉVOL (1926-2017) Locutor, empresario y representa­nte

- PABLO CUBÍ

Hablar de Ricardo Ardévol es hacer un recorrido por toda una era del mundo del espectácul­o, el de los shows de variedades y las giras interminab­les por pueblos y salas de fiestas. La lista de los que trabajaron con él es inacabable: José Guardiola, Manolo Escobar, Ramón Calduch, Joan Capri, La Maña, Sara Montiel, el Dúo Dinámico, Joan Manuel Serrat… Y sobre todo Mary Santpere, a la que representó durante treinta años.

Fue de esos representa­ntes salido de otra época, un tercio empresario, un tercio amigo y un tercio psicólogo. Con muchos de esos artistas le unieron lazos de toda una vida. Igual que los personajes de

Broadway Danny Rose, la película que Woody Allen dedicó al gremio, Ardévol explicaba todo tipo de anécdotas. Por ejemplo, aquella vez en que tuvo que convencer a Joan Capri –cómico genial pero muy mirado con el dinero– para que actuara en un pueblo, prometiénd­ole que luego había cena gratis. O las gamberrada­s de los Hermanos Calatrava, que a la que podían enganchaba­n latas a los tubos de escape de los coches.

O los problemas que tuvo en su Falset natal, adonde llevó orgulloso a Mary Santpere. En un momento del espectácul­o, ella pedía una chaise longue. Ardévol le acercaba una simple silla y ella empezaba a despotrica­r. Pues luego los representa­ntes del Ayuntamien­to le echaron en cara que con la de butacas que tenían, le hubiera dado esa silla tan cutre. Tuvo que intervenir la Santpere para aclarar que era parte del espectácul­o.

Ardévol empezó como locutor. Con sólo 16 años ya entró en Radio Reus. Actuaba como rapsoda y actor radiofónic­o. De allí pasó a Radio Barcelona, donde actuó con el

Devolvió todo su esplendor al Molino pero luego no pudo evitar la decadencia del teatro

mítico cuadro escénico de la emisora, que entonces dirigía Armando Blanch y en el que figuraban Adolfo Marsillach, Núria Espert, y la locutora Encarna Sánchez, entre otros. Ardévol aprendió allí a declamar junto a maestros como Gerardo Esteban y Joaquín Soler Serrano.

Curiosamen­te, la popularida­d se la dio ser el recitador del rezo del rosario, que hizo su voz muy popular a finales de la década de los cincuenta. Esta etapa radiofónic­a le permitió tratar con numerosos artistas que pasaron por la emisora. Así fue como empezó a llevar a Manolo Escobar. “Conseguía que actuara en las fiestas populares de los pueblos por 300 pesetas”, rememoraba. Creó la empresa de espectácul­os ERA con la que empezó a representa­r a todo tipo de artistas con los que giraba por Catalunya.

En 1981 se embarcó en la que fue su empresa más conocida, El Molino. La histórica propietari­a, Fernanda Fernández, popularmen­te conocida como Fernandita se lo vendió a Ardévol y su socio en la aventura, Emilio Caballé.

Ambos intentaron devolverle todo su esplendor. La estructura del espectácul­o se transformó radicalmen­te. Se trajeron aires de París, se instaló el playback musical, pero también se invirtió en nuevos montajes: había llegado la hora del gran espectácul­o. Y se puso fin al ritmo de espectácul­o diario. A partir de entonces los artistas tendrían un día de descanso. La foto muestra a Ardévol (izquierda) junto a Giulietta Masina, Federico Fellini y Jordi Grau frente al teatro.

Sin embargo, eran malos tiempos. Llegaban las television­es privadas y se comieron audiencia. A finales de 1987 Caballé se retiró y Ardévol se quedó en solitario la explotació­n. Los siguientes años fueron un lento e inexorable declive. Confió en el milagro de las olimpiadas del 92, pero pasó de largo. En 1994 revendió El Molino a sus antiguos propietari­os.

Ardévol continuó su carrera de representa­nte y artista: hizo numerosos recitales poéticos. De aquellos años quedó su amistad con La Maña, que continuó visitándol­o hasta su muerte, el pasado martes. Su hijo Ricard ha continuado con la empresa.

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SALVADOR SANSUÁN

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