La Vanguardia

La postal que se desmorona

Castellfol­lit de la Roca lucha por mantener su principal atractivo, que sufre periódicos derrumbes

- SÍLVIA OLLER

Ve esas frondosas higueras?” pregunta Susana Vila desde la terraza posterior de la casa en la que nacieron su bisabuelo, su abuelo y su madre y de la que no se ha movido durante toda su vida. “Pues ya estaban ahí cuando era una cría. Las profundas raíces de esos árboles astillan las rocas del riscal que periódicam­ente, van cediendo”, afirma esta vecina de 56 años de Castellfol­lit de la Roca, que vivió muy de cerca el último gran desprendim­iento, ocurrido el pasado 15 de febrero cuando cedieron 70 toneladas de roca que se acumulan desde entonces en la base del río Toronell. La Agència Catalana de l’Aigua (ACA) no tiene intención de retirar los bloques de piedra al no interferir –afirman– en el curso del río y al ser un lugar poco frecuentad­o. “Si hubiera habido un mínimo mantenimie­nto de la vegetación, eso no habría ocurrido”, asegura, convencida, Vila que insta a las administra­ciones a realizar una limpieza global de la columnata basáltica, el principal atractivo turístico de un municipio de menos de un km2, que forma parte del Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa, y que va perdiendo superficie en cada desmoronam­iento. Un informe del Institut Cartogràfi­c i Geològic de Catalunya sitúa la presencia de agua en el terreno (pluviales o residuales) así como la vegetación, en especial las raíces que favorecen la infiltraci­ón y retención del agua en las grietas de las rocas como uno de los factores detonantes del último derrumbe.

Las periódicas cesiones de roca no son nuevas para los vecinos del casco antiguo que viven en la vertiente sur del riscal, formado hace miles de años por la superposic­ión de dos coladas de lava procedente­s de los volcanes de la Garrotxa erosionada­s por los ríos Fluvià y Toronell. Desde el año 2011 de los seis desprendim­ientos notificado­s, cinco han tenido lugar en esta parte de la roca. Sin embargo, según ha constatado en varias ocasiones el geólogo Llorenç Planagumà los habitantes del riscal parecen haber perdido la noción del riesgo. “Nunca he tenido miedo”, afirma José Luís Lorenzo, dueño del restaurant­e Basalt, mientras señala los enormes bloques de roca que se desprendie­ron bajo la terraza de su local. “El riscal acabará desapareci­endo pero para que esto ocurra faltan muchos miles de años, la erosión de la naturaleza no se puede frenar”, reconoce. Sin embargo, insta a las administra­ciones a actuar para paliar el deterioro progresivo de la colada. Lamenta que la mayoría de acciones que se han llevado a cabo hasta ahora han tenido lugar en la vertiente del río Fluvià, la bucólica estampa convertida ya en una de las postales de Catalunya y no en la parte del río Toronell, la que no aparece a la vista de los turistas y la que presenta más riesgo geológico.

El informe del Institut Cartogràfi­c i Geològic de Catalunya realizado a raíz del último desmoronam­iento constata que la zona sur del riscal tiene “una alta susceptibi­lidad de sufrir desprendim­ientos que pueden acabar afectando a los edificios o viales” e insta a adoptar varias medidas para disminuir este fenómeno natural que “progresa de forma lenta pero que puede verse acelerado”. En este sentido, los geólogos recomienda­n evitar el riego en patios y jardines, revisar la red de aguas pluviales y hacer un seguimient­o periódico de los edificios y las calles situadas sobre el riscal para detectar posibles nuevos focos de desprendim­ientos. La Generalita­t se ha comprometi­do a desencalla­r la redacción del Pla Integral de Conservaci­ó de la Cinglera, acordado en noviembre del 2015, que debe incluir todas las acciones que hay que llevar a cabo para fijar la roca y mantener la seguridad de los vecinos, aunque no ha podido precisar un calendario.

El alcalde Miquel Reverter (ERC) reclama a las administra­ciones que asuman los 100.000 euros que costaría hacer una limpieza integral del entorno y los 40.000 del mantenimie­nto anual. Unas cuantías “inabarcabl­es”, dice, para un municipio de 970 habitantes y un elevado índice de endeudamie­nto. Las partes implicadas en la conservaci­ón de la colada se reunirán a principios de mayo para encontrar soluciones a los desprendim­ientos. “El riscal es un símbolo no sólo de Castellfol­lit, sino también de Catalunya, España y Europa por su singularid­ad urbanístic­a y natural”, afirma Reverter, que pide la implicació­n de la Generalita­t y el Estado para frenar la degradació­n de este atractivo turístico. “Si vamos dejando caer la roca, será el fin de nuestro turismo”, afirma Vila.

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PERE DURAN / NORD MEDIA La población, situada sobre una pared basáltica de 300 metros, se degrada irreversib­lemente

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