Esclavos de un calendario demencial
Entre el miércoles pasado y mañana habrán pasado siete días durante los cuales el Barça se habrá jugado la Liga y la Champions. El miércoles, contra el Sevilla, el Barça hizo un partido vibrante, con ese vigor de sujetador push-up marca de la casa, que sólo tiene sentido si ajusta una materia preexistente digna de ser resaltada. El sábado, en cambio, perdió consistencia no sólo delante sino también atrás. Al buscar las causas del desconcierto, solemos perdernos por atajos pseudocientíficos como dibujos tácticos, rotaciones y otras formas de sensatez teórica. Es un esfuerzo encomiable pero quizás deberíamos fiarnos más de primeras impresiones prácticas heredadas de nuestros ancestros, que veían el fútbol con menos pretensiones y más sabiduría.
Si lo hiciéramos quizás hablaríamos más de hasta qué punto el calendario afecta a los grandes equipos. O de cómo el negocio del fútbol obliga a renunciar a parte de su potencial de espectáculo. Preservar el negocio incluye preservar las fichas de los jugadores y les obliga a atender compromisos en los que no pueden brillar con una infalibilidad continua. Incluso los mejores, como Messi, sufren pérdidas de tensión y, pese a los regímenes de cereales y el suplemento espiritual de contribuir a causas tan nobles como la construcción de un hospital, viven fases discontinuas. Cuanta más ambición y presencia tienen el jugador y el club al que pertenece, más vulnerables son al calendario. Si no estamos pendientes de qué rotaciones hacen el Chelsea, el Bayern o la Juventus es porque el Real Madrid y el Barça acaparan nuestro interés, no por morbo sino por jerarquía. Porque el interés también es una moneda en la bolsa de la rentabilidad de una industria que, para mantener sus presupuestos, sobreexplota sus recursos.
En esta inercia suicida, que imita a la industria financiera o la explotación de recursos naturales, acaba prevaleciendo el interés. En pocos años no sólo se han multiplicado los partidos sino que, además, se concentran las fases finales en pocas semanas, de manera que los equipos más visibles son los que están más expuestos. ¿Expuestos a qué? Pues a un nivel de exigencia paralelo a la atención que buscan, que es, desde cualquier punto de vista racional, monstruosa. En el caso de Messi, esta saturación tiene consecuencias menores, ya que el jugador hace todo lo que puede incluso cuando no puede y eso llega al espectador. En el caso de Neymar, en cambio, la inteligencia de su compromiso con el fútbol es, al igual que la época que representa, más discutible. Es como si ya hubiera asimilado que será más rico y famoso explotando este tipo de visibilidad y pareciéndose a Justin Bieber que imitando a Andrés Iniesta. Tras la gesta contra el PSG, Neymar tuvo la insólita oportunidad de crecer en la misma proporción al resultado personalmente obtenido. El sábado, en cambio, protagonizó un episodio de estulticia deportiva que le desautoriza como referente, igual que cuando, con oscuras intenciones mercadotécnicas, repite la escena del cambio de botas.
¿Eso significa que tenemos que traspasar a Neymar? No, pero sí quiere decir que no es realista contar con él tanto como con Messi. Y volviendo a la percepción primigenia del fútbol, deberíamos
Que los dos candidatos a ganar la Liga sean tan irregulares debe significar algo
ser capaces de admitir, como una verdad fácil de entender, que el Barça no está haciendo méritos para ganar esta Liga (y que, por suerte, tampoco está claro que el Real Madrid esté situado en una posición más determinada). Que los dos candidatos a ganar la Liga sean tan irregulares debe significar algo. ¿El partido de mañana? La industria ya ha activado los mecanismos de las expectativas que, en forma de apuesta organizada y omnipresente, tanto amenizan una espera que, por otra parte, ya no es espera. En siete días habremos jugado partidos decisivos en el Camp Nou, en Málaga y en Turín y lo único que podemos hacer es desear que mañana todas las circunstancias (resistencia, acierto, concentración, arbitraje, determinación y suerte) jueguen a favor del Barça. Y que, a diferencia de lo que pasó el sábado, el equipo sí merezca ganar.