La otra crisis
He leído que Alberto Garzón está recorriendo España con una pregunta: “¿Qué es ser comunista hoy?” Y parece que tiene respuesta, lo cual tiene su mérito. Y tiene su público, que es mayor mérito todavía. Lo mismo abre una tendencia y le siguen otros líderes de otras fuerzas políticas. Por ejemplo, del PSOE, que se podría plantear perfectamente qué es ser socialista en el 2017, y es seguro que no responderían lo mismo doña Susana Díaz, don Pedro Sánchez o don Patxi López. En Convergència Democràtica de Catalunya se lo preguntó don Artur Mas y llegó a la conclusión de que no sabía qué es ser convergente en este tiempo y optó por cambiar el nombre de la formación, a ver si así daba con la clave. Y peor le ocurrió a don Josep Antoni Duran Lleida, que entró en la misma reflexión, cerró el quiosco de Unió, perdimos un líder notable, pero ganamos un escritor.
Aquí los únicos partidos que no se preguntan por su ideología ni por su identidad ni qué papel les ha reservado la Divina Providencia son Esquerra, los nuevos y el Partido Popular. Esquerra, porque no hay ninguno que suba más en los sondeos. Los nuevos, porque andan de estreno, Podemos cree que con hablar de “la trama” y denunciarla ya tiene un hueco en la historia y Ciudadanos se considera con una misión purificadora de los pecados de sus mayores y algo está purificando. Ambos, como tienen más representación de la esperada, no entraron todavía en la duda filosófica de dónde venimos ni a dónde vamos. Tienen todo el futuro por delante.
El Partido Popular ha recibido un batacazo de tres millones y medio de votos, pero se resiste a preguntarse qué quiere ser de mayor. Si las cosas le van bien, las encuestas le empiezan a sonreír y sus congresos son balsas de aceite, tiende a considerarse el partido perfecto, dirigido por el líder perfecto. No sabe qué hacer con el conflicto catalán, pero si se crea algo de empleo y los datos económicos son favorables, tiende a considerarse el mejor gobierno del mundo que empieza a ser apreciado por Europa. Y si las cosas se le tuercen, tiene un consuelo: peor están los demás.
Pero, entre los partidos que desaparecen, los que se cambian de nombre, los que preguntan qué son, los que viven al borde del abismo y los que no acaban de recuperar voto perdido, se puede obtener un diagnóstico: hay crisis. Los partidos en dificultades son más que los partidos en calma. La sociedad cambió mucho más y mucho más rápido que ellos en organización social, en costumbres, en aceptación de la globalización, en comunicación, en evolución tecnológica. Aparecen personajes individuales –antes, Berlusconi, ahora Trump y Macron—que atraen más que los viejos aparatos. Los líderes devoran a las fuerzas políticas. En el caso de los viejos debe ser la crisis de los 40 años. En el caso de las nuevas formaciones es enfermedad infantil. Y en todos, dos gérmenes: el de insuficiencia y el de desconfianza.
Los partidos en dificultades son más que los que están en calma