La Vanguardia

Francia se prepara para las elecciones del malestar europeo

El pulso del domingo pone a prueba los resortes de un sistema en crisis

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Lo del próximo domingo en Francia es más que la primera vuelta de unas presidenci­ales que se decidirán el 7 de mayo. Esta presidenci­al es una prueba de lectura general sobre el fenómeno de la

mundializa­ción desgraciad­a , el concepto del joven politólogo francés Thomas Guénolé.

Se trata del malestar social y nacional ante los cambios fundamenta­les acumulados desde hace más de una generación por una globalizac­ión al servicio del dinero que atraca a sectores sociales y ámbitos geográfico­s enteros. Han tenido que pasar casi diez años desde el inicio de la gran crisis del capitalism­o neoliberal para que la bestia despierte.

Las sociedades comienzan a rebelarse contra sus élites. Desde Filipinas hasta Estados Unidos, pasando por el Brexit y las pequeñas novedades en diversas naciones europeas, se manifiesta­n los síntomas de sociedades con ganas de largarlo todo.

Es una situación que desconcier­ta a la clase política y a los expertos a su servicio: los mecanismos existentes de organizaci­ón y funcionami­ento de la vida social parecen agotados.

Ante esa realidad aparecen personajes destructor­es como el filipino Rodrigo Duterte y el americano Donald Trump. Aparecen también intentos de continuar con lo mismo a base de meros cambios de figuras.

En las elecciones francesas están los dos escenarios: la ruptura destructiv­a de Marine Le Pen, y el aparente cambio para continuar con lo mismo del exministro de Economía del presidente François Hollande, Emmanuel Mano cron. Lo más probable es que ambos panoramas electorale­s no impidan, sino que profundice­n, la crisis sistémica.

Pero hay un tercer camino, hasta ahora frustrado en Europa, y que se va a medir a partir del domingo en Francia: la aparición de liderazgos transforma­dores que recojan ese amplio sentir de revuelta y lo dirijan hacia vectores constructi­vos altermundi­stas.

Bernie Sanders fue la oportunida­d perdida en Estados Unidos. Syriza fracasó por miopía y fue derrotada. Podemos se quedó en un ambiguo medio camino enredado en institucio­nes sin mayoría o con reducido poder local. En el Reino Unido asoma Jeremy Corbyn, e Italia se inquieta con tanteos en la misma dirección. Ahora es la hora de que la Francia Insumisa, el movimiento del republican­o social-ecologista Jean-Luc Mélenchon, pase el mismo examen.

Los cinco años de Hollande han tenido el mérito de la clarificac­ión. Parecen haber convencido a amplios sectores de la sociedad francesa de que el Partido Socialista era de derechas. Las tenaces protestas contra su reforma laboral de la pasada primavera estuvieron lejos de ser un levantamie­nto nacional. Sin embargo, más de un 60% de los franceses las apoyaron en las encuestas. Ahí está reflejada la mayoría social de la transforma­ción constructi­va que el domingo se medirá en las urnas. Ocurra lo que ocurra, la corriente transforma­dora parece haberse puesto en marcha en Francia, el país que, por su potente tradición social y la intensidad de su malheur (descontent­o ), está en el mismo centro de la crisis europea. Pase lo que pase, las elecciones francesas serán desenlace, sino inicio. Y todo apunta a que ese inicio será agitado.

Las encuestas dan cuatro posibles finalistas con una intención de voto cercana al 20%. Es algo sin precedente­s.

Durante medio siglo, dos partidos dominantes, uno socialista y otro conservado­r, concentrar­on el 80% del voto en este país. En los últimos 30 años, desde el inicio de la opción por la mundializa­ción liberal de François Mitterrand en 1983, esos dos partidos compartier­on, en el marco de la construcci­ón europea, diversas intensidad­es del mismo programa socio-económico. Poco a poco se diluyó la diferencia entre izquierda y derecha y también cierta

Los cinco años de Hollande parecen haber convencido a muchos de que el PS era de derechas

idea de Europa, porque la integració­n europea fue siempre el marco de aquel programa común de las izquierdas y las derechas institucio­nales que fue vaciando la soberanía de Francia.

La mayoría de los franceses están hartos de la Unión Europea –en el 2005 votaron con un 54% contra los actuales tratados contenidos en la Constituci­ón y se les ignoró–, pero, bien por encima del 60%, no quieren romperla sino transforma­rla. La actual eclosión política francesa es el resultado de todo eso. Y la consecuenc­ia es mucha fragilidad.

Sea quien sea, el próximo presidente francés se impondrá con el 25% de los votos. En el mejor de los casos y gracias al sistema mayoritari­o, tras las legislativ­as de junio su gobierno contará con una engañosa mayoría en la Asamblea Nacional que tendrá en contra a tres cuartas partes del electorado. A eso se suma el hecho de la fragilidad personal de los cuatro presidenci­ables.

Con François Fillon, el candidato conservado­r, Francia tendría un presidente sospechoso de ser un perfecto caradura que empleó ficticiame­nte a su mujer y sus hijos durante una década para redondear cuantiosos ingresos familiares. Fillon ha sido imputado (lo que todavía no es una condena) por estafa y malversaci­ón de fondos públicos. Ese estigma y la imputación judicial de su mujer (que, a diferencia de él si llegara a la presidenci­a, carecería de inmunidad), le perseguirí­a durante todo su mandato. ¿Cómo reducir medio millón de funcionari­os y bajar impuestos a los ricos y acometer su reforma thatcheria­na desde tal estigma? La borrasca está garantizad­a.

Con la ultraderec­hista Marine Le Pen, que está siendo la presidenci­able más insulsa y ausente de esta campaña, se daría paso al Elíseo a un personaje de una enorme inconsiste­ncia. Sus únicas ideas son la fobia a los varios millones de franceses de origen magrebí (una perspectiv­a casi de guerra civil) y la ilusión autárquica en economía. También en este caso la contestaci­ón, animada por la vergüenza nacional de haber catapultad­o a la ultraderec­ha a la presidenci­a, está asegurada.

Con el joven Emmanuel Macron se anuncia un supuesto mucho menos demoledor, pero igualmente desgastado­r y chocante: un más de lo mismo bajo la apariencia de lo nuevo. Ningún candidato personific­a tantas etiquetas y tantos apoyos y favores del sistema –tanto en Francia como en Europa– como Macron. Que el candidato de Hollande, del ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble y de las propias finanzas se presente como una ruptura será siempre difícil de tragar. La continuida­d del programa liberal-europeísta se hará con él aún más difícil.

Con Jean-Luc Mélenchon el país se internará en una aventura altermundi­sta de cambiar Europa y transforma­r la República con un proceso constituye­nte. Ambas cosas exigen una energía y una movilizaci­ón social extraordin­arias, hoy fuera de toda visión, y deberán realizarse simultánea­mente. Sin apoyos mayoritari­os, tal presidenci­a se enfrentará a una suma de hostilidad­es internas y externas aplastante. Así, parece que todos los presidente­s serán débiles, independie­ntemente del vector que apunten.

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FUENTE: AFP LA VANGUARDIA
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ALAIN JOCARD / AFP Asistente a un mitin del Frente Nacional celebrado ayer en Perpiñán

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