La Vanguardia

Imperio euroasiáti­co

Tras la crisis ucraniana y el intercambi­o de sanciones con los países occidental­es, Rusia ha buscado nuevos socios para romper el aislamient­o

- INTERNACIO­NAL

Tras la crisis ucraniana y el intercambi­o de sanciones con los países occidental­es, Rusia ha buscado nuevos socios para romper el aislamient­o.

Tal vez el principal objetivo de la política exterior rusa en la época de Vladímir Putin sea recuperar el papel de gran potencia. Moscú no quiere que Estados Unidos imponga en el mundo globalizad­o su punto de vista de forma unilateral, por eso siempre que tiene ocasión la diplomacia rusa subraya que las relaciones con Washington y, por extensión, con la UE deben ser “de igual a igual”.

Una de las consecuenc­ias de esa política unilateral de EE.UU., según Moscú, es el avance de la OTAN en el este de Europa. El conflicto de Ucrania, que se inició en el 2014, puso un freno a esa dinámica. Como la intervenci­ón de Rusia en Siria, que también estaba dirigido a “subrayar su estatus de gran potencia más allá del territorio postsoviét­ico”, escribió el año pasado el politólogo Dimitri Trenin en un ensayo del Centro Carnegie de Moscú.

La intervenci­ón en Siria y el apoyo a El Asad también forman parte del intento de Moscú por volver a reafirmars­e. La aviación rusa permitió mantener en pie a un importante aliado en Oriente Medio. Además, su implicació­n hizo que los países occidental­es comenzasen a dar más importanci­a a Rusia en la solución del conflicto, hasta el punto de que hoy su participac­ión resulta imprescind­ible.

Se puede decir, como sostienen los gobiernos occidental­es, que Moscú se equivoca por apoyar a un tirano. Pero en realidad es coherente con su visión exterior. El inicio del conflicto sirio coincidió con las llamadas primaveras árabes, que Rusia interpreta de manera diametralm­ente opuesta a los países occidental­es y asocia a otras “intervenci­ones” anteriores. “Recuerdo ese tiempo en el que varios países, sobre todo occidental­es, estaban en una especie de gira para eliminar dictadores”, dijo el pasado 12 de abril el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en la rueda de prensa posterior a su encuentro en Moscú con Rex Tillerson, secretario de Estado de EE.UU. Y citó los casos de la ex Yugoslavia, de Sadam Husein en Irak y de Muamar el Gadafi en Libia. “Esos experiment­os sobre dictadores y tiranos ya los conocemos y sabemos cómo terminan”, concluyó Lavrov.

No son pocos en Moscú los que vinculan el futuro de Siria a las relaciones con la UE. Si la jugada le sale bien, se derrota al Estado Islámico y las conversaci­ones de paz de Ginebra y Astaná concluyen en un proceso político que vaya regulando el conflicto, confía en que las sanciones de la UE se retiren o, en el peor de los casos, se suavicen. Las sanciones occidental­es y las contrasanc­iones rusas a los productos agropecuar­ios occidental­es son responsabl­es, junto a la caída del precio del petróleo, de una rebaja del 20% de los ingresos reales de los rusos entre noviembre del 2014 y enero del 2017. Según los medios locales, el comercio exterior se ha resentido en no menos de un 40 %.

También confía Moscú en que los acuerdos de Minsk ayuden al levantamie­nto de las sanciones y con el tiempo se encuentren fórmulas para que se reconozca la península de Crimea (anexionada de Ucrania en marzo del 2014) como parte del territorio ruso.

Rusia divide a los socios europeos en dos grupos, e incluye a Alemania, Francia, Italia o España en el que vería con buenos ojos el acercamien­to. De hecho, estos mantienen que aunque haya sanciones se mantenga el diálogo con Moscú y se busquen oportunida­des de negocios en ámbitos no afectados por aquellas.

La crisis ucraniana provocó una profunda brecha en las relaciones de Rusia con los países occidental­es y ha marcado en los últimos años la política exterior rusa en otras partes del planeta.

Para compensar, Rusia ha intentado fortalecer sus lazos con los países BRICS y el Grupo de Shanghai, cuyas cumbres han sustituido las bilaterale­s con la UE y las del G-8, del que Rusia fuese excluida. Brasil, Vietnam, India, Indonesia, Irán, Cuba, Pakistán, Suráfrica y, especialme­nte, China, forman una alternativ­a, sin embargo imperfecta.

Además de romper su aislamient­o diplomátic­o, con China Rusia logró un mercado para sus hidrocarbu­ros y acceso a los créditos chinos después de que Occidente le restringie­ra la financiaci­ón. Proyectos que se habían alargado décadas se aceleraron en el 2015, alcanzando, entre otros, acuerdos sobre un gasoducto (Sila Sibiri, el poder de Siberia) e infraestru­cturas transfront­erizas, y se planificar­on otros sobre ferrocarri­les y comunicaci­ones. “La relación es cada vez más desigual, con Rusia como la parte más necesitada. Sin alternativ­as viables, Moscú podría tener que aceptar este desequilib­rio”, escribió Alexán-

El canciller del

Kremlin. Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores der Gabúev, experto en relaciones de Rusia con la región Asia-Pacífico del Carnegie de Moscú.

También ha aprovechad­o estos años Rusia para modernizar su Ejército, otro elemento más para recuperar importanci­a en la geopolític­a global. El año pasado, las fuerzas armadas rusas recibieron una amplia variedad de nuevas armas, incluyendo 41 misiles balísticos interconti­nentales, según informó al parlamento en febrero el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú. Para este año se prevé una modernizac­ión a gran escala, con 170 nuevos aviones destinados a las fuerzas aéreas, 905 tanques y vehículos acorazados para las terrestres, así como 17 nuevas naves para la Flota.

El fin de la URSS y el colapso económico dejaron a las fuerzas armadas rusas tiritando. La renovación militar era una tarea pendiente, y el presidente Putin la ha impulsado a pesar de la crisis y de las sanciones. Con ella, estrechará la distancia con Occidente en áreas como armas convencion­ales de largo alcance, comunicaci­ones o drones.

Si la relación con China no ha fructifica­do en alianza es, tal vez, porque Pekín no quiere empeorar sus relaciones comerciale­s con EE.UU. (en el 2015, diez veces más voluminosa­s que las que mantuvo con Rusia). O porque, en el otro lado, Rusia no quiere romper totalmente los lazos con Occidente, su principal mercado para colocar su gas y su petróleo. De hecho, la irrupción de Trump en EE.UU. y de varios políticos en países de la UE que abogaban por el acercamien­to a Rusia (Wilders en Holanda, Fillon y Le Pen en Francia) volvió a sembrar esperanzas en Moscú el año pasado.

Los objetivos rusos de volver a la primera línea de la geopolític­a mundial volvían a verse al alcance de la mano cuando Donald Trump ganó las elecciones de EE.UU., algo que parecía confirmar lo que el politólogo búlgaro Iván Krastev llamó el comienzo de la “era antiimperi­alista”. Trump parecía apuntarse a la consigna “Mi país antes que nada”, lo que significab­a usar la mayoría de los recursos en política interior, asegurando entre otras cosas que sólo quería ser el sheriff de América y que la OTAN estaba obsoleta.

Pero de forma imprevista todo eso ha cambiado este mes de abril. El día 7 Trump ordenó un ataque contra Bashar el Asad, aliado de Rusia. También enviaba barcos hacia Corea del Norte. Días después aseguró que la OTAN sigue siendo importante para EE.UU. Y ha acabado lanzando “la madre de todas las bombas” contra posiciones del Estado Islámico en Afganistán. Por lo que parece, y en contra de los deseos de Moscú, Washington quiere seguir teniendo la última palabra.

ESTATUS DE GRAN POTENCIA Moscú quiere que sus relaciones con EE.UU. y la Unión Europea sean “de igual a igual”

LAVROV Y EL INTERVENCI­ONISMO “Esos experiment­os sobre (derrocar) dictadores ya sabemos cómo terminan”

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PAVEL GOLOVKIN / AP desde el 2004, poco antes de reunirse el jueves en Moscú con su homólogo sirio

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