La Vanguardia

FRANQUISMO ATÓMICO

El proyecto Islero pretendía dotar a España de un arsenal nuclear.

- ENRIQUE FIGUEREDO Barcelona

España estuvo a punto de tener su propio arsenal nuclear en dos etapas distintas del siglo pasado. En medio de la guerra fría y de la carrera espacial, un grupo de científico­s, bajo el manto de la ya extinta Junta de Energía Nuclear (JEN), siguieron un programa denominado proyecto Islero que estaba encaminado a la fabricació­n de bombas atómicas. De aquel expediente de tan sonoro nombre tuvieron conocimien­to en aquellos años muy pocas personas de las más altas instancias del Estado. El director de aquel monumental encargo, el hoy general de división del Ejército del Aire en la reserva Guillermo Velarde, bautizó así la investigac­ión nuclear en recuerdo del miura que mató al torero Manolete. Este militar y científico presintió en 1962 que los disgustos que le iba a causar aquel reto científico plagado de obstáculos y detractore­s dentro de la propia administra­ción –Franco no era favorable, por ejemplo, al armamento nuclear– podría acabar matándolo como hizo aquel astado con el genial diestro cordobés al darle una fatal cornada en la plaza de Linares en 1947.

“El proyecto Islero –explica el general Velarde a La Vanguardia– se desarrolló en dos periodos. El primero, de febrero de 1963 a la primavera de 1966, y el segundo, de enero de 1974 al 1 de abril de 1981. Se me ordenó que acelerase el proyecto Islero para que España pudiera disponer de 36 bombas atómicas de plutonio, de las cuales ocho se emplearían como iniciadora­s de sendas bombas termonucle­ares”.

El primer gran impulso del proyecto Islero partió de una combinació­n de intereses científico­s y de política de Defensa. El contraalmi­rante José María Otero, máximo responsabl­e de la JEN, pensó que el nivel de los científico­s que tenía bajo su dirección era más que suficiente como para crear una bomba atómica. “La Junta de Energía Nuclear era en la década de los 60 y 70 el tercer centro nuclear más importante de Europa, después del Reino Unido y Francia”, afirma orgulloso el general Velarde.

La fabricació­n de la bomba atómica tenía que ser para la JEN en aquellos años 60 la máxima expresión del rendimient­o académico de un país en el que, sin libertades políticas, empezaba a aparecer ya una creciente clase media gracias a los planes de desarrollo de los llamados tecnócrata­s del régimen. Las razones, sin embargo, para fabricar una primera bomba atómica y posteriorm­ente varias decenas en serie no eran sólo de índole científica. Los defensores de dotar a España de un arsenal nuclear buscaban mejorar la posición del país dentro del concierto internacio­nal en el que la dictadura franquista suponía con frecuencia un insalvable obstáculo. Pensaron que al transforma­rse en una potencia nuclear, España podría hacer oír su voz con más fuerza.

La persona que, desde la perspectiv­a estratégic­o militar, autorizó por primera vez en 1962 aquella investigac­ión fue el vicepresid­ente del gobierno y jefe del Alto Estado Mayor, el capitán general Agustín Muñoz Grandes, hombre de armas muy conocido por haber sido el comandante de la División Azul, las tropas españolas que combatiero­n junto a las alemanas durante la ofensiva de Hitler contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.

Según desvela el responsabl­e y redactor del programa de armas nucleares español en su libro de memorias Proyecto Islero (Guadalmazá­n, 2016), el general Muñoz Grandes le dijo durante su primera entrevista tras recibir el encargo: “Velarde, dedique todas sus energías a este proyecto y no olvide que es fundamenta­l para el futuro de España”.

Entre quienes anhelaban un programa nuclear español no estaban sólo algunos jerarcas del régimen franquista como Muñoz Grandes. Francia estaba entusiasma­da con que sus vecinos del sur pudieran hacerse con poder atómico. Lo estaban hasta el punto de proporcion­ar el reactor nuclear de Vandellòs 1 en condicione­s económicas muy favorables.

El general Charles de Gaulle era partidario de que España se convirtier­a en la segunda potencia nuclear de Europa y crear un polo equidistan­te entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pensó lo mismo respecto a Israel y potenció también con el país he- breo los intercambi­os científico­s más o menos secretos.

En diciembre de 1964, después de casi dos años de trabajos y complejos cálculos, Guillermo Velarde entregó el redactado del proyecto Islero. Se apostaba en él por la fabricació­n de una bomba atómica de plutonio y no de uranio porque, entre otras cuestiones técnicas, su enriquecim­iento comportaba elevadísim­os costes. Las futuras pruebas nucleares se llevarían a cabo en el desierto del entonces Sáhara español.

“A partir de ahora, nunca use su condición de militar, ya que en el caso poco probable de que los americanos se enterasen de lo que estamos haciendo, todo quedaría reducido a un trabajo de la Junta de Energía Nuclear sin implicar a las fuerzas armadas”, le dijo el general Muñoz Grandes a Velarde. El director del proyecto Islero se sumergió de lleno en las aguas del secreto de Estado.

Estando Guillermo Velarde metido de lleno en las labores preparator­ias para la fabricació­n de la bomba se produjo un suceso que le obligó a hacer un paréntesis. Fue el accidente nuclear de la localidad almeriense de Palomares el 17 de enero de 1966. Un bombardero de la fuerza aérea norteameri­cana colisionó mientras repostaba en vuelo con la aeronave nodriza y ello provocó la pérdida de las cuatro bombas termonucle­ares –desactivad­as– que llevaba en sus bodegas. Dos ellas estuvieron varios días perdidas. Velarde fue enviado a Palomares por sus superiores para recoger muestras de las bombas y analizarla­s. Dos de ellas chocaron contra el suelo porque no se abrieron sus paracaídas de seguridad y sufrieron daños hasta el punto de liberar material radiactivo.

Fue durante esas misiones de rastreo cuando a Velarde le llamó la atención la aparición de un material negro y espumoso adherido a las piedras de la zona de impacto que resultó formar parte de un mecanismo que multiplica­ba la capacidad de las bombas atómicas al convertirl­as en termonucle­ares. Ese dispositiv­o (conocido como método Ulam-Teller en honor a sus descubrido­res) era entonces alto secreto para Estados Unidos. Pasó así a manos españolas gracias a las deduccione­s y los cálculos del director del proyecto Islero merced a las muestras recogidas en Palomares.

El redescubri­miento del método Ulam-Teller por Velarde no supuso ninguna aportación para el programa español en marcha porque, como recuerda el general Velarde, “el proyecto Islero se basaba en la fisión nuclear del plu-

Franco paralizó el desarrollo de la bomba por temor a sanciones internacio­nales Adolfo Suárez quiso relanzar el plan durante la recién estrenada democracia

tonio, mientras que el accidente de Palomares se produjo con bombas termonucle­ares que se basan en la fusión nuclear del hidrógeno (deuterio y tritio)”. En cualquier caso, y máxime teniendo en cuenta que se habían desarrolla­do ya todos los componente­s para la bomba atómica, “excepto la construcci­ón de una fábrica para obtener el plutonio necesario de los elementos combustibl­es irradiados en el reactor de Vandellòs I”, el redescubri­miento del método Ulam-Teller, como explica Velarde, “permitía que España hubiese sido el quinto país del mundo en poder desarrolla­r las verdaderas bombas termonucle­ares”.

A pesar de las potenciali­dades y la capacidad demostrada­s por el equipo secreto de Velarde, en el gobierno había personas que trabajaban para evitar que prosperara el proyecto Islero tal como estaba concebido. Una de esas personas era, según el director del programa, el entonces ministro de Industria, Gregorio López Bravo, que, además, tenía mucha ascendenci­a sobre Franco. Fue justamente el dictador el que una tarde le ordenó a Velarde paralizar definitiva­mente el proyecto. Ocurrió en un momento en que el proyecto estaba muy avanzado y los datos obtenidos tras el accidente de Palomares habían levantado el ánimo del equipo de científico­s y del Estado Mayor de un modo especial. Según recuerda Velarde, Franco le dijo: “Sería prácticame­nte imposible mantenerlo en secreto. España no podría soportar otras sanciones económicas, razón por la que he decidido posponer el desarrollo de este proyecto”. El general, que lamenta la decisión del entonces jefe del Estado, cree que Franco clausuró el proyecto por no enemistars­e con Estados Unidos.

Personas como Velarde, que aspiraban a contar con un arsenal nuclear para España, tuvieron que esperar varios años para relanzar su sueño. El presidente del gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, era firme defensor de la bomba atómica, pero por su lealtad a Franco, según explica Velarde, siempre dijo que no era asunto de su competenci­a. Su asesinato por la banda terrorista ETA en 1973 hizo que fuera su sucesor, Carlos Arias Navarro, quien llevara a cabo la nueva puesta en marcha del programa. No estaba claro que Franco estuviera al corriente de ello en aquel caso. Pero no fue hasta la muerte del dictador y la llegada de Adolfo Suárez a la presidenci­a del Gobierno que los partidario­s de la opción nuclear creyeron de verdad que se cumpliría su objetivo.

La llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca multiplicó la presión sobre todos los países, incluido España, que no habían firmado el tratado de no proliferac­ión de armas nucleares. Y los Estados Unidos sabían que los científico­s españoles estaban en disposició­n de fabricar bombas atómicas. Ya lo habían comentado Henry Kissinger y Carrero Blanco unos años antes en Madrid.

Pese a la presión norteameri­cana, Suárez mantuvo su voluntad de desplegar el programa nuclear. Y delegó en personas de su entera confianza el relanzamie­nto definitivo del proyecto Islero. Su ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, y el propio vicepresid­ente, el general Manuel Gutiérrez Mellado, con los que Velarde mantuvo reuniones, se encargaron de dar el último impulso al sueño nuclear que la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 acabó por frustrar.

Leopoldo Calvo Sotelo llegó a la presidenci­a tras la dimisión de Suárez y tras una primera investidur­a quedó inconclusa por la irrupción de los golpistas en el Congrego. El 1 de abril, ya con el nuevo Ejecutivo en funcionami­ento, se firmó en el Organismo Internacio­nal de Energía Atómica (OIEA) en Viena lo que en la práctica representa­ba una serie de limitacion­es para las instalacio­nes españolas que, como dice Velarde, suponían la clausura oficial del proyecto Islero.

Velarde tiene claro que allí terminó la apuesta: “Tras desaparece­r la Junta de Energía Nuclear y, con ello, gran parte de los científico­s que la componían y clausurado el reactor de Vandellòs I, desarrolla­r actualment­e un programa de armamento nuclear lo veo muy complicado”.

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EDITORIAL GUADALMAZÁ­N Proyecto Islero. Arriba, el director del proyecto, Guillermo Velarde, el tercero por la izquierda, junto al responsabl­e de la Junta de Energía Nuclear, con gafas oscuras, José María Otero, durante una visita a la compañía norteameri­cana Atomics...
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