Turquía vota hoy si eleva a Erdogan a rango de sultán
Un sí dejaría paso a una república presidencialista
Cincuenta y cinco millones de turcos deciden hoy en referéndum si quieren entregar el país a Recep Tayyip Erdogan y tirar las llaves al Bósforo. El sistema parlamentario, tal como existe desde la segunda mitad del siglo pasado, dejaría paso a una república presidencialista, con una asamblea de comparsa y sin primer ministro.
Para la oposición se trata de un cambio de régimen encubierto, cuya necesidad no ha sido explicada de manera completa. Mientras tanto, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) argumenta que Turquía necesita un ejecutivo fuerte en la actual encrucijada. Cuentan no sólo con la notoria obra de gobierno de Erdogan y su popularidad entre el pueblo llano –acrecentada por el control de los medios de comunicación públicos y la intimidación de los privados– sino también con el hartazgo de muchos turcos ante las coaliciones del pasado, veniales e incapaces de someter a los militares a la jurisdicción civil.
El AKP vende la reforma como un traje a medida para una sociedad eurasiática y musulmana como la turca, mientras la oposición, que sólo quiere verse en el espejo europeo, lo considera un traje a la medida de Erdogan. Un observador ajeno podría pensar que se trata de un acto de autodefensa ante la abortada intentona golpista, en la que el Parlamento no fue laminado legalmente sino literalmente bombardeado, como el hotel donde se alojaba el presidente. Sin embargo, el giro presidencialista es un objetivo del AKP desde hace por lo menos una década. En el 2007, otro referéndum convocado por el AKP y apoyado por la derecha nacionalista del MHP –como el de hoy– consiguió que el presidente fuera elegido por sufragio universal y no de manera indirecta por el Parlamento.
Hace dos años, Erdogan dejó el cargo de primer ministro tras convertirse en el primer presidente votado por el pueblo. Antes había sido un alcalde de Estambul inesperadamente eficaz y mantiene la sensibilidad a los problemas concretos propia de un alcalde.
En cualquier caso, laicos, kurdos e izquierdistas observan con ansiedad la deriva de Erdogan de los últimos años y hablan del final de la división de poderes y del riesgo de que la eliminación de contrapesos desemboque en un autoritarismo todavía mayor, más cercano al de la Rusia de Putin que a las democracias europeas. Sin embargo, el Gobierno turco pone como ejemplo el presidencialismo francés –y la facultad de Hollande de decretar el estado de excepción– y sobre todo, el estadounidense, donde tampoco hay primer ministro y el presidente escoge a magistrados de la alta judicatura.
De hecho, Erdogan hace tiempo que actúa como jefe del Ejecutivo más que del Estado, sin dejar de ser jefe de su partido. La votación refrendará esto, o no, así como la reforma de dieciocho artículos de la Constitución, ya aprobada por la Cámara, tras el acuerdo entre el AKP y la derecha nacionalista. El temor de algunos es adónde llevará la nave el capitán Erdogan –su padre era capitán de un transbordador– una vez blindado al timón. Para sus partidarios, adonde le corresponde. Para sus adversarios, a las rocas. Para muchos jóvenes, a un lugar poco ameno.
Tensión no falta: ayer mismo, la policía practicaba medio centenar de detenciones en Estambul entre islamistas extranjeros sospechosos de preparar un gran atentado. Asimismo, un día después de que EE.UU. manifestara su “preocupación por la calidad de la democracia en Turquía”, el fiscal general de Estambul incluía al que fuera director de la CIA durante el golpe, John Brennan, en su lista de investigados por vínculos con Fethullah Gülen, presunto organizador del golpe.
Laicos, kurdos e izquierdistas temen que el sí acabe con la división de poderes y los contrapesos