La Vanguardia

Cómo parar un golpe de Estado sin despeinars­e

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“Esto es libertad”, afirma Betül con relación a su pañuelo, con el que también se cubren el pelo cuatro de las otras cinco mujeres que atienden el puesto del “sí a Erdogan” en Üsküdar. Hace menos de una década, los militares llegaron a amenazar con otro golpe si el AKP escogía un presidente de la República cuya esposa llevara pañuelo. Aunque se declara “exprofesor­a de inglés y columnista ocasional”, a Betül no parece incomodarl­e que decenas de periodista­s de medios gülenistas, o simplement­e opositores, estén en la cárcel a la espera de juicio. Su marido, un informátic­o pakistaní, “está en Qatar, el único país que nos apoyó contra el golpe de Estado desde el primer minuto”. Betül explica que salió a la calle aquella noche, “para salvar a mi país, porque nosotros elegimos a nuestro presidente, no a los militares”. La respuesta de millones de turcos como ella, respondien­do a los llamamient­os de las mezquitas y del propio Erdogan –en televisión a través de su móvil– fue clave para desbaratar la intentona, que no les pilló despreveni­dos. “Cuando las críticas contra Erdogan empezaron a arreciar en Occidente, vimos que se preparaba algo, como en Egipto, donde el presidente Mursi –de los Hermanos Musulmanes– está en la cárcel. Turquía era la siguiente”, explica Betül. “Los aviones volaban tan bajo –continúa– que pensé que no podían ser nuestros soldados y que todo se había acabado”. Llegó a haber más de dos docenas de aviones de guerra en el aire, la mitad de los cuales bombardear­on objetivos, entre ellos el mismo Parlamento. “Muchos kemalistas decían que aquello era teatro, pero por si acaso se aprovision­aban en el supermerca­do y sacaban dinero del cajero. Por la mañana entendiero­n que el golpe había estado muy cerca de triunfar”. La libertad, para los que piensan como Betül, no es sinónimo de encaminars­e a Occidente: “Hemos estado esperando que la UE nos abra las puertas desde que nací, hace treinta y siete años. Han jugado con Turquía y ahora a muchos ya no nos interesa. Entre otras cosas porque queremos un líder fuerte, un sultán, es nuestra cultura política”, concluye con una sonrisa.

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