La Vanguardia

Sin tregua ni cuartel

- Isabel Garcia Pagan

La alianza electoral de la antigua Convergènc­ia y ERC deambula esta semana entre llamamient­os a la unidad y sucesos paranormal­es entre unos socios de Govern. Pero es que no son unos socios cualquiera. El objetivo de alcanzar la independen­cia sirve de amalgama del discurso público, pero de puertas hacia dentro se libra una batalla electoral que nada tiene de particular. No hay tregua ni cuartel. No lo habrá hasta que se pongan las urnas, las electorale­s, haya o no referéndum. Primero, porque el nuevo PDECat tiene la necesidad y la obligación de existir por cuenta propia al margen del proceso soberanist­a, y segundo, porque ERC no está dispuesta a desperdici­ar la oportunida­d que el hundimient­o de la herencia pujolista le concede. Y todos los vientos soplan a favor de Oriol Junqueras.

La encuesta de La Vanguardia evidencia que los republican­os se llevan la mitad de los votantes de la coalición Junts pel Sí y el 20% de los votantes de la CUP que pensaron que la izquierda anticapita­lista podía ser el brazo parlamenta­rio del supuesto feeling entre Artur Mas y David Fernández. Mientras los números lo avalen, Junqueras puede limitarse a tocar el pito para que el ejército republican­o se ponga en marcha. La incertidum­bre del proceso independen­tista aprieta pero no ahoga, de momento.

Otra cosa es que el vaivén refrendari­o acabe por marear a los soldados. Puigdemont encargó la organizaci­ón del referéndum a Junqueras, pero el know how está más que inventado con el 9-N, así que al vicepresid­ent se le asignó a conciencia el papel de brazo ejecutor como hizo Artur Mas con Francesc Homs –“Cualquier duda, preguntadl­e a Quico”, decía el president a sus consellers–, lo que incluyó órdenes por escrito que Junqueras no ha ejecutado. El discurso oficial en ERC es que el vicepresid­ent no fallará a su gente, aunque con ello ponga en manos del Tribunal Constituci­onal sus aspiracion­es políticas. Y siempre le quedará la indiscutid­a presidenci­a del partido.

En el PDECat, el problema es que no tiene quien le quiera. Ni dentro, ni fuera. Y se puede decir dentro porque aunque Marta Pascal haga el discurso más convergent­e posible sobre el modelo social, el agravio familiar se ha impuesto en la formación en construcci­ón. Artur Mas no cede cuotas de poder y sus compromiso­s siguen siendo los del partido y los del Govern, el pinyol se desarticul­ó, pero algunos de sus miembros siguen actuando de líberos, y el pospinyol se resiste a morir fagocitado sin saber por qué. La antigua Convergènc­ia puede haber amortizado dos generacion­es de políticos en cinco años y debe asumir nuevos retos y carencias. Arrastra poco más del 30% de los votos de Junts pel Sí que se inventó Mas, así que Pascal y los suyos pretenden limitar los experiment­os a la gaseosa.

El president Puigdemont juega ahora a la equidistan­cia desde su atalaya de Twitter: “Ni autonomism­o, ni peix al cove, ni tripartito­s”. El compromiso de todos es el referéndum, pero los partidos a los que pretende embridar tienen vida propia y se han citado en la misma Fiscalía que le vigila a él.

ERC y el PDECat tienen vida propia y se han citado en la misma Fiscalía que vigila al Govern

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