Sin tregua ni cuartel
La alianza electoral de la antigua Convergència y ERC deambula esta semana entre llamamientos a la unidad y sucesos paranormales entre unos socios de Govern. Pero es que no son unos socios cualquiera. El objetivo de alcanzar la independencia sirve de amalgama del discurso público, pero de puertas hacia dentro se libra una batalla electoral que nada tiene de particular. No hay tregua ni cuartel. No lo habrá hasta que se pongan las urnas, las electorales, haya o no referéndum. Primero, porque el nuevo PDECat tiene la necesidad y la obligación de existir por cuenta propia al margen del proceso soberanista, y segundo, porque ERC no está dispuesta a desperdiciar la oportunidad que el hundimiento de la herencia pujolista le concede. Y todos los vientos soplan a favor de Oriol Junqueras.
La encuesta de La Vanguardia evidencia que los republicanos se llevan la mitad de los votantes de la coalición Junts pel Sí y el 20% de los votantes de la CUP que pensaron que la izquierda anticapitalista podía ser el brazo parlamentario del supuesto feeling entre Artur Mas y David Fernández. Mientras los números lo avalen, Junqueras puede limitarse a tocar el pito para que el ejército republicano se ponga en marcha. La incertidumbre del proceso independentista aprieta pero no ahoga, de momento.
Otra cosa es que el vaivén refrendario acabe por marear a los soldados. Puigdemont encargó la organización del referéndum a Junqueras, pero el know how está más que inventado con el 9-N, así que al vicepresident se le asignó a conciencia el papel de brazo ejecutor como hizo Artur Mas con Francesc Homs –“Cualquier duda, preguntadle a Quico”, decía el president a sus consellers–, lo que incluyó órdenes por escrito que Junqueras no ha ejecutado. El discurso oficial en ERC es que el vicepresident no fallará a su gente, aunque con ello ponga en manos del Tribunal Constitucional sus aspiraciones políticas. Y siempre le quedará la indiscutida presidencia del partido.
En el PDECat, el problema es que no tiene quien le quiera. Ni dentro, ni fuera. Y se puede decir dentro porque aunque Marta Pascal haga el discurso más convergente posible sobre el modelo social, el agravio familiar se ha impuesto en la formación en construcción. Artur Mas no cede cuotas de poder y sus compromisos siguen siendo los del partido y los del Govern, el pinyol se desarticuló, pero algunos de sus miembros siguen actuando de líberos, y el pospinyol se resiste a morir fagocitado sin saber por qué. La antigua Convergència puede haber amortizado dos generaciones de políticos en cinco años y debe asumir nuevos retos y carencias. Arrastra poco más del 30% de los votos de Junts pel Sí que se inventó Mas, así que Pascal y los suyos pretenden limitar los experimentos a la gaseosa.
El president Puigdemont juega ahora a la equidistancia desde su atalaya de Twitter: “Ni autonomismo, ni peix al cove, ni tripartitos”. El compromiso de todos es el referéndum, pero los partidos a los que pretende embridar tienen vida propia y se han citado en la misma Fiscalía que le vigila a él.
ERC y el PDECat tienen vida propia y se han citado en la misma Fiscalía que vigila al Govern