La Vanguardia

¿Barcelona? ¡En la gloria!

- Joaquín Luna

Sin saberlo, me he agenciado el cirio más caro de la catedral de Barcelona (1,80 euros) y como quien paga manda le he pedido este viernes al Cristo de Lepanto un montón de cosas serias y algún capricho, como que hoy comience la temporada en la Monumental.

Creo en los milagros: he alcanzado ese estado de nostalgia optimista tan propio de Semana Santa en Barcelona a base de esfuerzos, un cirio del copón y los 10 euros de la entrada del nocturno Europa-Terrassa del jueves.

Tuvimos, por cierto, infortunio. Dos faltas, dos goles. Aunque estamos al corriente de los pagos, la luz se fue y el partido quedó interrumpi­do veinte minutos. Con el 0-2, el Europa se volcó y tuvo un palo de modo que uno se podía ir a cenar al Flash Flash con la conciencia tranquila, no como otros.

El maître Jordi nos colocó al lado de tres mujeres divorciada­s –escuché su conversaci­ón, todo oídos, porque mi amigo no paraba con el móvil–. Cuando una fue al lavabo, las dos amigas vieron y comentaron una foto de la novia del exmarido de la ausente.

–¡No tiene ni veinte años!

Milagroso. Y la burguesía en la Costa Brava... Ellos se lo pierden.

Barcelona es gloria en Semana Santa. Sólo hay un tiempo con licencia para la nostalgia y son estos días.

Voy en metro a la catedral. El convoy lleno y la estación de Joanic es Piccadilly Circus. Recibo un par de golpes de mochilas. Destaca una señora que lleva gafas rojas, labios rojos y jersey rojo. No soy de conjuntar las gafas.

La mendicidad rodea todos los accesos a la catedral. Señoras de negro, de voz temblorosa, la cabeza cubierta en señal de vergüenza aunque los turistas no están a la altura y dan poco.

Los porteros del templo filtran el acceso pero filtran poco y la joven china con minifalda que me precede en la cola pasa el corte. Yo le hubiera montado un pollo nostálgico: –¡Esto no es una sala de fiestas! El Cristo de Lepanto obrará el milagro. Almuerzo en Casa Leopoldo. No veo a Rosa Gil, pero está y estará. Dos besos, uno por mejilla. Casa Leopoldo: fundada en 1929. Me cae la baba con los carteles señalados (debut de José Falcón, el novillero Gil), manteles blancos y ese juego de azulejos en las paredes con las suertes de la lidia. Calamares a la romana, albóndigas con sepia y el tortell. Salgo contento: se puede volver a Casa Leopoldo.

Alud turístico en el Gòtic. Cada año, la misma tontería: visto endomingad­o como si estuviese en Sevilla pero sin corbata y entro en La Central, para dármelas de novelista excéntrico pero lo cierto es que me deprimo: ¿qué haría extraviado un libro mío, otro más? Me llevo También esto pasará.

Hoy quizás coma paella en el Set Portes, que nunca exigió ser dos para comer arroz. Y a las cinco y media, tendido 2 de la Monumental, viva la casa Balañá, leal a su pasado, cartel de lujo: Juan Mora, Morante de la Puebla y Curro Díaz. O José Tomás.

Pongo el cirio más caro al Cristo de Lepanto y le pido varios milagros: se prodigan estos días en Barcelona

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