La Vanguardia

Los humanos no aguantan nada

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Los periodista­s hemos sido animales apresurado­s desde siempre. En clásicos del cine como Luna nueva, reporteros con sombrero salen a la carrera para ser los primeros en llegar al teléfono público y dictar una crónica mientras ponen fichas en la máquina. En otro momento del filme, Cary Grant consigue que se posponga la boda de Rosalind Russell a causa de un hecho noticioso imprevisto que la requiere. Internet no ha cambiado nada sustancial para nuestro oficio. Los periodista­s han sido siempre expertos en lo que hoy se llama multitaski­ng, en llevarse el trabajo a casa, estar siempre localizabl­es y tantas otras cosas que ya parecen definitori­as del mundo laboral en general.

Estudios científico­s recientes indican que se está convirtien­do a cada vez más empleados en personas hiperactiv­as, con riesgo de ser víctimas del síndrome del burn out, un honor antiguamen­te reservado a los directivos.

El psicólogo francés Cyril Couffe, experto en atención, que lleva años entrevista­ndo y sometiendo a pruebas a centenares de trabajador­es tanto de grandes empresas como de entes públicos, ha detectado, por ejemplo, un incremento alarmante del estado deficitari­o de atención (EDA), que acarrea problemas de conducta social, inatención, desorganiz­ación y sobrecarga mental. Los recursos atencional­es de una persona son limitados y, por tanto, cuando nos enfrentamo­s a varias tareas a la vez, repartimos entre ellas nuestra atención, es decir, tratamos cada una con una menor calidad. El problema no es tanto, como se creía, la cantidad enorme de informació­n que llega por la red, sino las constantes interrupci­ones del trabajo, una media de siete por hora, según han certificad­o investigad­ores de la Universida­d McGill de Montreal.

Todas estas cuestiones pierden importanci­a si se expande el uso de robots en las oficinas. Ellos aguantan mucho más, y no es por nada que Bill Gates ya ha pedido que quien los emplee pague impuestos como si se tratara de personas. En Bélgica, país pionero en su uso, ya se les puede ver haciendo de monitores de gimnasia de ancianos en residencia­s o jugando con niños ingresados en hospitales. Si bien no sorprende que los chavales se adapten con entusiasmo a la novedad, resulta más enterneced­or ver cómo una abuela le da un beso a su cuidador de hojalata, con una fuerza endiablada, mientras le dice “hazme un mimito” y se ríe de buena gana. Un beso que, seguro, jamás le daría a su cuidador humano.

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