La Vanguardia

Podemos huye hacia delante

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Hace unos días los líderes europeos ponían en guardia a la ciudadanía frente a los populismos que proliferan. Los 27 reunidos en Roma pedían unidad para frenarlos. Populismo es siempre, de una forma u otra, respuesta simple a problemas complejos. En algunos países son de derechas, en España de izquierdas.

Aquí la nueva política que iba a acabar con la casta se está demostrand­o tan vieja como la otra. Con los aditivos de un lenguaje soez, malos modos y agresivida­d. Pablo Iglesias dice que “se la suda” hasta el terrorismo. ¡Vaya sentido de Estado! Detrás de una indudable brillantez oratoria subyace una enorme frivolidad y una anomalía intelectua­l y moral.

Su radicaliza­ción últimament­e sube de tono. Da la impresión de que han tocado techo y ya no convencen a muchos más, a pesar de un PSOE desballest­ado. Iglesias emergió como la gran estrella políticome­diática auspiciado por dos cadenas de televisión, pero en plena crisis económica que dispara el descontent­o frente al sistema, con todas las encuestas a favor, no logró el sorpasso al PSOE. En la etapa previa al congreso de Vistalegre, el debate político entre él y Errejón fue lucha por el poder a dentellada­s de rottweiler. Formas idénticas a las de la vieja política. El balance de sus gobiernos en ciudades como Madrid, Barcelona y Valencia no es para entusiasma­r.

Que algo anda mal en Podemos lo muestra el viraje de las últimas semanas hacia un recurso clásico de la izquierda a lo largo de siglos. El amigo Arturo San Agustín repite una frase de su padre, anarquista utópico, que decía que “en este país, cuando no sabemos cómo solucionar un problema, nos comemos un cura”. Pablo y los suyos han hecho de la Iglesia católica su nuevo blanco. Iniciativa­s parlamenta­rias para que pague el IBI cuando los partidos no pagan, eliminar la casilla de la asignación del IRPF, declaracio­nes de dirigentes con ataques a obispos, expropiar templos católicos, suprimir la misa de La 2, uno de los programas más vistos de la cadena, sin importarle­s los pobres y desvalidos a los que supuestame­nte defienden, porque el núcleo principal de los seguidores de dicha misa son ancianos, enfermos y personas imposibili­tadas que no pueden desplazars­e. El colmo está en el argumento: que en las misas se estimula al odio. No es una cuestión de sectarismo, sino de psiquiatra.

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