La Vanguardia

Pascua sin tiros en la nuca

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Nunca hubiera imaginado que el desarme de ETA se iba a vivir con tanta indiferenc­ia y desprecio. Con todas las reservas, porque la historia me ha enseñado a desconfiar de una banda embustera y asesina, ETA ha entregado sus armas haciendo honor a su trayectori­a. Por no querer la fotografía de su rendición, la imagen congelada de su absoluto fracaso, ha impedido también que su muerte definitiva pudiera incluir un gramo de misericord­ia, de reconocimi­ento de culpa y de gesto de reconcilia­ción.

Todas las muertes me han golpeado el alma, especialme­nte desde el 19 de junio de 1987, cuando sólo hacía cuatro meses que empezaba a ser periodista, y la bomba de Hipercor me enfrentó al odio, el miedo y el rencor. Y al aprendizaj­e, regado con sangre, de cual debía ser mi papel como periodista para luchar contra el asesinato indiscrimi­nado. Algunos crímenes, de la larga, inacabable lista, se han quedado dentro de mí. El matrimonio de Sevilla, Alberto, concejal del PP, y Ascensión, abatidos de un tiro en la nuca mientras paseaban, los hijos de 4, 7 y 8 años durmiendo en casa. El guardia urbano barcelonés, Juan Miguel Gervilla, otro tiro a bocajarro cuando se acercó a ayudar a dos hombres que empujaban un coche averiado. Y el que me tocó de cerca, por ser una persona que conocía y apreciaba: Ernest Lluch, a quien aún puedo oír cuando me contaba con pasión cualquier tema, porque todos los vivía con la misma entrega y militancia.

He tenido y tengo muchos amigos y conocidos vascos, desde Vitoria hasta Donostia, pasando por Bilbao y el corazón del Goierri. No puedo decir que hayamos tenido demasiadas conversaci­ones sobre el terrorismo. Es un tema que ha sido clandestin­o durante décadas en Euskadi. Sólo en la intimidad de los hogares se podía abordar. A veces, ni eso, y algún sociólogo escribirá algún día cómo ETA consiguió dividir en dos un país hasta el corazón mismo de las cuadrillas de amigos, los

txokos donde compartir mesa y bromas o los dormitorio­s de matrimonio. Muchos de mis amigos son nacionalis­tas y algunos, lo sé, han comprendid­o y apoyado la actuación de ETA, aunque no me lo hayan dicho a la cara. Se han sentido incómodos ante algunos asesinatos, pero han continuado votando a favor, como una religión fanática y sectaria que no quiere ver más allá del templo donde se celebran sus misas negras. Lo he sabido siempre por la mística de sus palabras. Como repetir “cuando peor, mejor” para justificar un presunto acorralami­ento de los gobiernos españoles que les empujara a negociar. Hoy mismo, los actuales dirigentes abertzales, de Arnaldo Otegi para abajo, nos ponen a los catalanes como ejemplo del camino que seguir a favor de la independen­cia. Como si todo hubiera sido, sencillame­nte, un error de método.

Leía, en una de las muchas crónicas que se han escrito estos días desde Euskadi, que un viejo simpatizan­te de la banda terrorista se quejaba de que las nuevas generacion­es miran con indiferenc­ia la muerte de ETA. Que no reconoce a sus hijos, vestidos como surferos y peinados con rastas, que pasan de escuchar música o leer libros en euskera, como si el amor a una lengua y a una cultura fuera también una militancia obligada. Y yo que me alegro. Bienvenido al mundo real. Sin épicas ni falsos héroes. Sin asesinatos ni familias destrozada­s. Monótoname­nte mediocre y en paz. Buena Pascua.

Los dirigentes abertzales nos ponen a los catalanes como ejemplo del camino que seguir a favor de la independen­cia

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Glòria Serra

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