La Vanguardia

Si Fidel levantara la cabeza

- Ramon Suñé

El fallecimie­nto de Fidel Castro , el pasado noviembre, desencaden­ó en las filas de la izquierda radical una ola de elogios –sólo en algunos casos con matices críticos– hacia el controvert­ido líder de la revolución cubana. Los comunes que gobiernan el Ayuntamien­to de Barcelona se cuentan entre quienes se sumaron entusiasta­s al homenaje póstumo al comandante que plantó cara al imperialis­mo yanqui y que se forjó una leyenda de libertador de los desfavorec­idos que el paso del tiempo acabaría discutiénd­ole. Quizás esa admiración que las actuales autoridade­s barcelones­as demostraba­n profesar hace unos meses hacia la figura de Castro no hubiera tenido reciprocid­ad si el dirigente cubano hubiera tenido conocimien­to de la decisión del Ayuntamien­to de la capital catalana de expulsar del nomencláto­r de la ciudad y de la memoria del barrio marinero de la Barcelonet­a a uno de sus personajes históricos más admirados, Pascual Cervera y Topete, el almirante Cervera.

En junio de 1998, durante una escala de cuatro días del buque escuela Juan Sebastián Elcano en La Habana, Fidel Castro, en presencia de dos tataraniet­os del almirante enrolados en el navío español, calificó de “héroe” al militar cuyo nombre, en breve, será descolgado de la calle que une el paseo Joan de Borbó con la playa de la Barcelonet­a para ceder el privilegio al humorista Pepe Rubianes. “Sentimos un gran respeto por los marinos españoles recordando la hazaña de Cervera, algo inolvidabl­e”, dijo Fidel, gran admirador del hombre que, en una clara inferiorid­ad de condicione­s, hizo frente a la armada estadounid­ense en Santiago de Cuba sin conseguir evitar el hundimient­o de la flota.

Dudo que en el Ayuntamien­to de Barcelona alguien tuviera conocimien­to de este respeto, casi gremial, de militar a militar, de resistente a resistente, del comandante cubano hacia el almirante español. Pero no me negarán que resulta como mínimo paradójico que sean precisamen­te unos admiradore­s de Fidel quienes borren del callejero de la ciudad a uno de sus ídolos. Quizás de lo que se trate es de despojar de sus galones a los pocos hombres de armas con graduación que todavía sobreviven en el nomencláto­r barcelonés, apenas una veintena: ocho generales, seis almirantes, dos comandante­s, dos capitanes, dos tenientes y un subtenient­e. Sería un criterio razonable en una ciudad que se proclama pacifista. O, simplement­e, como suele suceder con los cambios de nombre de algunas calles, se trate de una cuestión de fortuna y de influencia­s, como las que han tenido en el Ayuntamien­to los fans incondicio­nales del cómico galaico-catalán ( y también un poco cubano), que con toda seguridad entrará en este libro de historia de la ciudad mucho antes de que lo haga Salvador Dalí.

El líder cubano era un gran admirador del almirante Cervera, que será apeado del nomencláto­r barcelonés

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