La Vanguardia

Crónica de barrio

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El miércoles (12 de abril) me cargué una bicicleta. Y van cuatro. Ocurrió donde tenía que ocurrir: en el paseo de Sant Joan, a la altura de la calle Rosselló, en el mismo sitio donde derribé al tercer ciclista hace algo más de un año. Fue, como en las anteriores ocasiones, un acto de legítima defensa: o me cargo al ciclista o él me arrolla a mí.

Eran cerca de las 5 de la tarde. Yo venía andando por la calle Rosselló, en dirección Sagrada Família, y me disponía a cruzar el paseo por el paso de peatones que hay en la esquina de la calle Rosselló, en el lado de mar. El semáforo se puso verde, crucé, y como tengo por costumbre, al pisar el paseo alargué el bastón y este dio con la rueda delantera de una bicicleta que bajaba por el paseo. La bicicleta podía haberme arrebatado el bastón –un bambú más que respetable–, pero ocurrió lo contrario: el ciclista perdió el equilibrio y cayó al suelo. Afortunada­mente, no se hizo daño, sólo se llevó un buen susto. El ciclista era un muchacho escocés, según me dijo, que había venido a pasar unos días a Barcelona y se alojaba en un piso para turistas, no lejos del paseo.

¿Por qué alargué el bastón, como una espada? Muy sencillo, porque al cruzar el semáforo, en verde, y llegar al paseo y pisar el paseo, a la derecha y a la izquierda de dicho paseo hay unos arbustos que me impiden ver lo que hay detrás de ellos. ¿Y qué hay detrás de ellos? Pues dos carriles, muy estrechos, para que circulen las bicicletas, uno en dirección montaña y otro en dirección mar. Total, que si cruzas por ese paso de peatones puedes encontrart­e con una bicicleta –que tú no ves, que las hojas de los arbustos te impiden ver– la cual puede atropellar­te y derribarte, cosa que, desgraciad­amente, ha ocurrido en más de una ocasión, según me han contado unos vecinos del barrio. Es, pues, por eso por lo que alargo el bastón. Porque si me detengo y me pongo a mirar a derecha e izquierda si viene alguna bicicleta, es posible que tan pronto como me detenga me encuentre con la dichosa bicicleta y esta me atropelle. Vamos, que al tipo que se le ocurrió colocar ese doble carril, estrechísi­mo, en el paseo, junto a un paso de peatones, entre unos arbustos que impiden ver las bicicletas y unos bancos, a ese tipo habría que darle una medalla, la medalla de la incompeten­cia y de la insensatez.

Curiosamen­te, ese miércoles, 12 de abril, la sección Vivir de este diario abría con el siguiente titular: “El Bicing funcionará las 24 horas del día con el nuevo contrato”. El número de ciclistas urbanos en Barcelona se ha disparado durante los últimos años: “De 86.406 desplazami­entos diarios en bicicleta registrado­s en el 2007 se ha pasado a 145.022”, nos informaba David Guerrero. Y con el nuevo contrato las cifras van a multiplica­rse en años sucesivos. Y me parece muy bien. Yo no tengo nada contra las bicicletas, todo lo contrario. Qué más quisiera yo que poder ir en bicicleta, pero mi pierna izquierda me lo impide. Es por ello que voy con bastón, y gracias al bastón…

La bicicleta que me cargué el miércoles no era una bicicleta “peligrosa”, que las hay, como las cartas de los lectores de este diario denuncian a menudo. El pobre muchacho escocés al que derribé el miércoles no sabía que yo y mi providenci­al bastón nos íbamos a cruzar en su camino, en aquel preciso lugar. La peligrosid­ad no estaba en la bicicleta, en su conductor, sino en el trazado de aquellos carriles. Qué le costaría al Ayuntamien­to quitar o recortar esos arbustos, o situar los carriles en otra parte del paseo.

Y ya que hablamos del paseo de Sant Joan, de Sant Joan de Dalt, y de sus peligros, permítanme que me haga eco de la carta de un amigo, un tertuliano de la terraza del Oller y de La Neura, Josep M. Boada, que La Vanguardia publicó con fecha 11 de marzo de este año. En ella, el amigo Boada escribía: “Resido cerca de la parada de metro Verdaguer (línea amarilla) donde hay escaleras de bajada y de subida, y mi condición física me dificulta el acceso”. Mi amigo razonaba que, antes de que el tranvía cruce por la Diagonal, tal vez fuese más urgente dotar de escaleras eléctricas y ascensores al metro de Barcelona. En mi barrio y el del amigo Boada hay cinco accesos al metro y ninguno de ellos cuenta con ascensores ni escaleras eléctricas. Ninguno. Y nuestro barrio es el de la alcaldesa Ada Colau. Pero la señora sí puede subir y bajar esas escaleras y coger el metro. Afortunada ella.

P.S. Leo en el Corriere della Sera que el Piccolo Teatro de Milán cumple 70 años. El teatro de Giorgio Strehler y de Luca Ronconi está de fiesta. La nueva temporada se abrirá el próximo 24 de octubre con un homenaje a la ciudad de Milán: Uomini eno , una versión dramatúrgi­ca del texto (1945) de Elio Vittorini que firma Michele Santerano con dirección de Carmello Rifici. El Piccolo de Strehler tuvo un cierto papel en la resurrecci­ón del teatro en Catalunya después del franquismo. Buena prueba de ello la tenemos en el Teatre Lliure que, en cierta medida, se inspira en él. ¿Sería posible participar en esta fiesta viendo algún espectácul­o del Piccolo en Temporada Alta, el Grec, o el mismísimo Lliure?

La bicicleta podía haberme arrebatado el bastón, pero ocurrió lo contrario: el ciclista perdió el equilibrio

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ÀLEX GARCIA / ARCHIVO El trazado del carril bici del paseo de Sant Joan es más peligroso de lo que parece
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