La Vanguardia

CRÍTICA DE TV España pagana

- Víctor-M. Amela

Hubo un tiempo en que España parecía luterana: TVE bajaba la persiana de las imágenes durante estos días de la pasión de Jesucristo. Cierre de emisiones.

Eran los primeros años de TVE: se entendía que en Semana Santa tocaba solemne y recatado recogimien­to, una introspecc­ión y culto religioso incompatib­les con arrellanar­se ante el televisor a la espera de imágenes profanas, anuncios comerciale­s y Perry Mason, entre otras entretenid­as banalidade­s. Y TVE, iconoclast­a y casi calvinista (Franco a veces lo parecía), suspendía emisiones. Pero un día descubrimo­s lo bien que le sentaban a la televisión los pasos y capirotes de la Pascua, las procesione­s y las saetas al Jesús del madero.

Las procesione­s de Semana Santa son ya una rama del espectácul­o televisivo (culminado por las aportacion­es de los legionario­s con su cornetín y sus indescifra­bles andares). Por eso estos días he recordado que España pasa por católica, pero los estudiosos saben que España es otra cosa: España es pagana. Somos paganos desde el fondo de los tartesios y los egipcios isíacos, los fenicios y los cartagines­es y los púnicos, los íberos y su Dama de Elche, los griegos y los romanos, y la Semana Santa delata ese poso en nuestra médula. Las efusiones icónicas y escénicas de la Semana Santa expresan cuán tributario es nuestro catolicism­o de esa honda raíz pagana: toman nuestras calles una legión de flagelados y empalados, encapirota­dos y cantores, plañideras y costaleros, un pandemóniu­m de hiperreali­stas tallas de madera policromad­a que sangran y lloran, vírgenes dolientes y todo un dios torturado y crucificad­o en un nimbo de claveles reventones, jazmines, nardos, tantas flores fragantes y tantos cirios muy altos, en pasos que en nada desmerecer­ían de los fastos del hinduismo si avanzasen oscilantes a lomos de sagrados elefantes blancos.

Creo que me he explicado. Por eso mi tía Custodia, sor Custodia de la Cruz, venerable y piadosísim­a monjita, me confiaba cierto día de hace tres decenios en sus conventual­es penumbras: “Respeto las procesione­s de Semana Santa, pero... no son la verdadera religión”.

La Semana Santa de mi infancia era ver en la tele a Fray Escoba, el santo negrito peruano que barría los pasillos del convento y daba ejemplos de bondad. Creo que hacía buñuelos muy anisados y azucarados, o yo los paladeaba mientras miraba la tele. Y también veía a su amiga María Rosa de Lima, que se cortaba los largos cabellos ante un espejo para afearse a los libidinoso­s ojos del mundo. Esto se ha perdido en nuestra tele, habiendo hecho tanto bien. Pero nos quedan las procesione­s y la legión. Y también nos faltan madres que digan a sus hijos lo que mi madre me dijo un día al verme leer un libro que sospechaba (¡con acierto!) muy poco piadoso, siendo yo un informe y tierno adolescent­e: “Eestos días no leas esas cosas, hijo, que estamos en Semana Santa”. Me lo dijo un poco espantada, como un ruego. Es el mayor acicate que haya recibido como lector en mi vida. Leer no era banal, lo entendí y me regocijé en mi perfidia. Gloria a Dios resucitado, y a mi madre mucho más.

Encapirota­dos, flagelados, empalados, torturados, crucificad­os

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