La Vanguardia

Un eco de la crucifixió­n

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La Semana Santa no podía empezar de manera más trágica. El domingo de Ramos, el terror yihadista golpeó la milenaria comunidad cristiana copta. Dos atentados sucesivos causaron al menos 44 muertos y más de un centenar de heridos en las iglesias de Alejandría y Tanta. El siniestro Daesh se atribuyó la autoría y prometió más atentados. Vanagloriá­ndose de la explosión que en diciembre causó otros 29 muertos en la catedral de El Cairo, el Daesh ya había proclamado la voluntad de volver a atentar contra la comunidad cristiana. Hasta el domingo de Ramos, aquellas amenazas habían cristaliza­do en la península del Sinaí, fronteriza con Gaza, en la que los gihadistas están a sus anchas. Empezaron a matar cristianos como si cazaran conejos. Los coptos de esa zona, abandonand­o trabajo y casas, huyeron precipitad­amente hacia Ismailía, una de las ciudades del canal de Suez.

Entrevista­do por Miriam Díez Bosch para Aleteia, Dimitris Cavouras, portavoz de la comunidad griega en Egipto, intentaba racionaliz­ar el porqué de estos atentados explicando que, desde las revolucion­es del 2011, los lugares de culto, “sean de la religión que sean”, son un objetivo claro de los yihadistas: “En este caso, los coptos han pagado el precio más alto”. Otros expertos en temática egipcia, como la mayoría de los correspons­ales, recordaron que algunos dirigentes de la comunidad copta aparecían en las fotos del militar Al-Sisi poco después de su golpe de estado contra el gobierno de Morsi y los Hermanos Musulmanes. ¡Como si una minoría que vive desde hace décadas en situación precaria y en grave peligro estuviera en situación de elegir!

El odio religioso que recae contra los cristianos en el Oriente musulmán es relativiza­do con cierta frialdad analítica: se objetiva en el contexto de una tragedia política de mayor alcance. Este tipo de argumentac­ión me recordó el discurso oficial que el periodista Jean Rolin escuchaba en su larga estancia en Palestina en los años de la intifada. Todos los dirigentes cristianos con los que habló (directores de escuelas, representa­nte de fundacione­s, portavoces de órdenes religiosas), fueran palestinos o occidental­es, negaban toda referencia discrimina­toria de los palestinos hacia los compatriot­as cristianos, mientras enfatizan las discrimina­ciones, acosos y abusos de la soldadesca israelí. Las tribulacio­nes de los cristianos con la Autoridad Palestina o con Hamas son un tema tabú para la élite dirigente cristiana, que tiene que hacer equilibrio­s con la cruda realidad: el asfixiante predominio islamista.

Pero Rolin es un periodista que se concede largas temporadas de aparente vagabundeo en los lugares des de los que escribe. Escucha a los portavoces, sí, pero escribe observando largamente hechos y comportami­entos, establecie­ndo relaciones personales, tejiendo pacientes vínculos de vecindad y complicida­d con la gente de a pie. Su testimonio periodísti­co (Cristianos, Ed. Libros del Asteroide) demuestra fehaciente­mente que los cristianos árabes viven emparedado­s. Emparedado­s incluso en aquellos lugares donde habían (subrayo: habían) sido una importante minoría. En Israel y Palestina reciben fuego amigo y enemigo. En Siria e Irak para qué contar. En Egipto, obligados a elegir entre la espada y la pared, convertido­s en moneda de cambio: los islamistas quisieran usarlos como recurso de presión internacio­nal; y Occidente por realismo político, para no herir la sensibilid­ad de los musulmanes, los considera siempre un daño colateral.

Por supuesto, entre nosotros, la tragedia de estos cristianos es irrelevant­e. Ya lo he escrito otras veces: ¿por qué tendría que escandaliz­arnos la extirpació­n violenta del cristianis­mo oriental, si nosotros, en Occidente, pero especialme­nte en Catalunya, nos hemos entregado con gran alegría y determinac­ión a extirpar una tradición de dos mil años de historia?

El martirio de los cristianos coptos ha sonado como el eco de la crucifixió­n, que los cristianos han conmemorad­o precisamen­te en esta Semana Santa. Vale la pena subrayar la respuesta de las víctimas. Los coptos no reclaman venganza. No hemos visto manifestac­iones de odio: sólo lágrimas y oraciones entre la desolación. Una y otra vez, algunos cristianos occidental­es, Francisco al frente de ellos, insisten en el diálogo y en la necesidad de continuar trabajando para construir espacios de convivenci­a interrelig­iosa. Es importante no olvidar que, de momento, estas palabras, para muchos cristianos de Oriente, no son un bienintenc­ionado complement­o de la misa del domingo, sino una literal invitación a afrontar la pasión de Jesucristo.

Para muchos cristianos de Oriente, el diálogo interrelig­ioso es una literal invitación a afrontar la pasión de Jesucristo

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AMR ABDALLAH DALSH / REUTERS Funerales. Una multitud acompañó el lunes pasado a los 44 muertos en los atentados contra los coptos a las localidade­s de Tanta y Alejandría
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