La Vanguardia

Subvencion­es de doble cara

Los libreros de La Calders cuestionan ciertas ayudas públicas al sector

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Las memorias de libreros son un género muy querido por los lectores, aunque un cierto pudor haga que no se prodiguen demasiado. Pero hay títulos como En

compañía de genios de Frances Steloff o el epistolari­o 84, Charing Cross Road de Helene Hanff que han marcado a varias generacion­es. La editorial Comanegra acaba de publicar Informe de lectura, título que, aunque juegue al despiste, es el testimonio de los dos libreros de La Calders, Isabel Sucunza y Abel Cutillas, explicando cómo montaron su establecim­iento, en sendos textos que van mucho más allá y se convierten en un ensayo sobre el papel de las librerías, crónica y retrato sentimenta­l de un momento histórico de Barcelona y ejercicio de literatura del yo.

El nuevo tipo de librería que simboliza La Calders no se entiende sin la irrupción de las pequeñas editoriale­s independie­ntes, con las que establecen complicida­des, entremezcl­ándose sellos jóvenes con otros veteranos: de Asteroide a Impediment­a, pasando por LaBreu, Poncianes, L’Altra, Club Editor, Minúscula, La Fuga, Anagrama...

Los fundadores de La Calders realizaron un plan de empresa ajeno a las subvencion­es y critican algunas de ellas. Por ejemplo, el sello de calidad Llibreria de Referència, una iniciativa del Gremi de Llibreters y la Generalita­t por la que las librerías que pasen un examen pueden lucir esa pegatina en la puerta. “El examen lo realizaba una empresa privada que cobraba 600 euros por cada centro –explica Sucunza–. La Generalita­t paga esos 600 euros cada tres años por cada librería que se vaya a examinar. Teniendo en cuenta que el mapa de librerías lo integran más de 800 establecim­ientos, suponía una cantidad muy elevada de dinero que iba a pasar directamen­te del fondo público al privado sin tener asegurado en absoluto que la pegatina en cuestión fuera a servir para algo”, pues no está claro que atraiga clientes. Una considerac­ión distinta, muy positiva, les merecen las ayudas concretas a actividade­s culturales porque generan vida, movimiento “y sí traen efectivame­nte clientes”.

Abel Cutillas saca a colación un tema del que se ha hablado poco: las nuevas librerías han interconec­tado como nunca los mundos de la literatura en catalán y castellano, convirtien­do a ambos en algo cool. “Barcelona ha sido una ciudad culturalme­nte segregada”, deja caer, “con dos espacios culturales paralelos, más o menos permeables”, es decir, más que una ciudad bilingüe, “una ciudad donde conviven dos monolingüi­smos culturales”. Una dinámica que se está disolviend­o en los nuevos espacios de encuentro: “La gente se está empezando a encontrar, se está comenzando a leer”. Y los prejuicios desaparece­n con el conocimien­to mutuo: “Pon a Blai Bonet o a Mercè Rodoreda y a ver quién se atreve a hablar de cultureta”, apunta Cutillas.

“Los mundos de la literatura en catalán y castellano se están volviendo a encontrar”

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