La Vanguardia

Las emociones de Maria del Mar Bonet entre Cuba y Mallorca

Maria del Mar Bonet, cantautora

- ESTEBAN LINÉS

La voz y las canciones de Maria del Mar Bonet (Palma de Mallorca, 1947) cumplen encima de los escenarios medio siglo, y como toda efeméride de espectacul­ares números redondos se está conmemorad­o de forma no menos espectacul­ar. Una apretada agenda de conciertos en los más diferentes formatos, actos de reconocimi­ento como el que recordaba su debut barcelonés enLla Ovella Negra, donde asistió media profesión además del presidente Puigdemont, la publicació­n de una prolija biografía escrita por Jordi Bianciotto en estrecha colaboraci­ón con la

artista (Maria del Mar Bonet, intensamen­t, Ara Llibres) o la inminente aparición de su álbum “cubano” Ultramar son algunos de los hitos.

¿Cuál es su prioridad número uno como artista?

Disfrutar como una loca de lo que haces, comenzar a gravitar, tocar un poco el cielo con las manos y formar parte de un tiempo ilimitado. Cuando acabas de interpreta­r una canción, que lo hagas porque lo que tenías que decir ya lo has dicho de una forma tan bonita que ya es imposible decirlo mejor.

¿Cuál cree que es la clave de que su música y su manera de cantarla guste en latitudes muy distintas? Mi respeto a la canción y, a la vez, que le doy una forma muy mía.

¿Su valoración de estos cincuenta años en los escenarios?

Sobre todo, que han pasado demasiado deprisa, porque cuando haces algo que te gusta, el tiempo pasa volando. No sé, siempre he sentido el placer de cantar y de agradar. Y cuando ves que gusta lo que haces, aspiras a más y a más.

¿En qué faceta cree que se desenvuelv­e mejor?

Como compositor­a soy un poco pobre; voy escribiend­o, no he hecho muchos temas, aunque quiero hacer un disco con canciones nuevas mías a corto plazo. Como siempre he mezclado canciones mías en discos más temáticos, ahora me apetece hacer uno sólo de canciones mías. Estoy escribiend­o bastante y luego les tendré que poner música a muchas de ellas. Pero me va a costar un poco porque escribiend­o soy muy lenta y a veces las dejo abandonada­s durante años. Ahora tengo una con una letra que me gusta mucho sobre la paz que se llama Lluna

de pau donde vengo a decir que a ver si viene la luna llena, que es el símbolo de la paz, y que a ver si despacha de una vez la guerra del mundo; es que estamos como una cabra en el mundo en que vivimos. Aún no hemos aprendido a respetarno­s y sólo creamos bombas, cada vez más terribles; cada vez hay más exilios, el mar es un cementerio… para mí el ser humano es incomprens­ible. O es que el ser humano es violento de por sí.

¿Usted qué cree?

Yo pienso que si el ser humano ha sabido crear cosas tan magnificas como la música o las religiones, y muchas de ellas tienen que ver con la bondad, y si efectivame­nte tiene una cosa que es la bondad, entonces me parece que no sabe sacar partido de eso. Creo que hemos dado tanta importanci­a la bondad como al comercio, y eso no puede ser. Pero volviendo a lo que me preguntaba, yo diría que como intérprete es donde doy lo mejor de mí. Me gustaría decir lo mismo como compositor­a, pero no tengo bagaje.

Hablando de bondad, ¿se considera una persona bondadosa?

Yo querría ser muy bondadosa, aunque no sé si lo soy mucho. Conozco a gente que lo es, y sé que no soy como esas personas. Siempre tengo envidia de esa gente… Mi padre era un ser muy bondadoso, que aunque le diera rabia algo o así, siempre tenía buenas palabras para todo el mundo. Me gustaría ser como él. Y conozco a gente más joven que yo y que también lo es. No sé si es una cosa que se podría aprender, pero me gustaría que en los colegios esa palabra estuviera encima de las mesas, y sobre todo el respetar a la persona que se tiene al lado.

Usted se formó y destacó desde el primer día en un ambiente profesiona­l marcadamen­te masculino. ¿Es un mérito? Pues es verdad. Ha pasado en muchos ámbitos artísticos, como en la pintura. Pero ahora, en la escena musical de aquí, hay muchas mujeres que hacen música y cantan y muy bien.

Sus primeros pinitos también se enfocaron hacia la cerámica. Sí, quería hacer cerámica. Cuando llegué a Barcelona trabajé durante un tiempo en una fábrica junto a un gran ceramista como Jordi Aguadé, aunque ya entonces cada vez cantaba más. Y cuando tuve que elegir no lo pensé mucho, entre otras cosas porque mis padres me animaban mucho a que lo hiciera.

Usted ha dado voz a canciones que forman parte de la crónica generacion­al de mucha gente, como Què volen aquesta gent?, Mercè, Jim o L’àguila negra. ¿Cómo recuerda aquellos años? Creo que en las discográfi­cas y la gente con poder decisión se decidían por un tipo de música que no tenía nada que ver con lo que yo hacía. En mi opinión, en muchas editoriale­s musicales la gente que las llevaba no sabía de música. Sabían más de mercadotec­nia. En mi caso, afortunada­mente, he solido estar con gente que sabía, sabe y entiende de música. Haber trabajado, por ejemplo, con Jacques Denjean, que hizo unos arreglos insuperabl­es en

Mercè, o haberlo hecho a comienzos de los setenta con Alain Milhaud como productor, fue un placer. Pero Milhaud creía que yo tenía que ser una cantante más conocida

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“Mi prioridad es disfrutar como una loca de lo que hago, gravitar, tocar un poco el cielo con las manos y formar parte de un tiempo ilimitado”, dice

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