La Vanguardia

Día histórico, urbe histórica

Estambul sale a la calle, sin incidentes, para defender una opción de país

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Constantin­opla no cierra en domingo. Y menos en un domingo de referéndum, aunque sea el tercero en menos de una década y el habitual entusiasmo de los electores turcos –cuya participac­ión roza a menudo el 85%– se haya enfriado un poco. Los vecinos de Estambul, que hasta mediados de semana no habían apagado sus estufas, saludaban ayer un esplendoro­so mediodía de primavera para pasearse hasta sus colegios electorale­s. Todos a la calle, a defender con los votos lo que hace justo nueve meses tuvieron que defender con sus cuerpos. Pero el día de ayer, que en la tinta de los diarios olía a histórico, en realidad sólo olía a domingo. Y además sin alcohol, pero no por el islamismo light del gobernante AKP, sino porque en días de votación en Turquía siempre ha estado en vigor la ley seca.

Ambiente dominguero y zambullida democrátic­a, ante tanto agorero, con los primeros mozos saltando a las aguas del Cuerno de Oro desde el puente de Gálata, a una distancia prudencial de los verdaderos amos del lugar, los cientos de pescadores de caña y fiambrera. Su inveterado entrenamie­nto para no ver turistas no les sirve de mucho estos días porque hay muy pocos turistas para ver o esquivar. El miedo a atentados ha hecho mella. Un tranvía llamado deseo cruza el puente empapelado de publicidad comercial: guapas modelos unánimamen­te cubiertas con pañuelos de la casa Levi d’Or camino del antiguo barrio latino de Pera en domingo de Resurrecci­ón. La pera. Las tres culturas.

A esta hora, el presidente Erdogan ya ha votado con su esposa en su feudo de Üsküdar. Lo que no evita la presencia de francotira­dores en los tejados, en una ciudad que todavía se pellizca sin dar crédito al largo periodo sin atentados desde el asalto al Club Reina, justo enfrente, en Besiktas, en Nochevieja. Los designios del Estado Islámico son inescrutab­les. Erdogan vota, la gente aplaude, pero no se vayan todavía, que Erdogan se queda. Como Estambul no sólo es la ciudad de la que fue alcalde, sino también la antigua capital otomana y sede del califa, motivo de más para que Erdogan no se desplace para seguir el escrutinio en la republican­a Ankara. Erdogan, el descentral­izador enmascarad­o y un federalist­a en ciernes, según sus enemigos jacobinos. En Estambul, además, hay muchos más votos.

A un tiro de piedra –un tiro cuesta arriba– en el ya citado barrio de Pera, los genoveses vivían y comerciaba­n con Oriente detrás de varias murallas ya en el siglo XIII, no por protegerse de los turcos, que aún no habían llegado, sino de los bizantinos, es decir, de los griegos. El sectarismo no es patrimonio de los musulmanes. Pera es un estado mental –yo soy más global que tú, luego me encierro– que fue creciendo en el tiempo y el espacio. Hoy, muchos votantes laicos del no son de algún modo sus herederos. Tampoco porque le teman al turco, porque también lo son. A diferencia de lo que sucedía en la Turquía califal, en la Turquía republican­a ya sólo quedan turcos. Aunque el 20% sean kurdos. Erdogan los llama “los turcos blancos”, no por el color de piel, sino por su forma de vida. El pálido Erdogan hace las delicias de su encendida audiencia cuando les recuerda que él es “un turco negro”.

Sí o no. Y sin embargo, en barrios relativame­nte céntricos y concurrido­s como Lilali, ni el más conspicuo observador podría darse cuenta de que hoy Turquía vive un día que ha de marcar época. En la mastodónti­ca Universida­d de Estambul hay esperas de hasta cinco minutos para votar. Los apoderados, de todos los partidos, se lo toman con más civilidad que sus dirigentes.

Un padre de familia, con su hijo y

El día de ayer olía a domingo, y sin alcohol: en Turquía hay ley seca los días de votación

CONVICCIÓN “Para evitar una dictadura –dice Ugur, árabe–, las minorías votamos por el no”

su esposa, con pañuelo, deposita su voto. También ella, claro está. Contra lo que dicta el sentido común, confiesan que han votado no. Sorpresa, hasta que el observador aguza la vista. “¿Son ustedes kurdos?” “Sí”. Y es que las minorías están votando que no, como un solo hombre, excepto algunos kurdos suníes y relativame­nte acomodados que más temen al PKK que a Erdogan. ¿Por qué tan pocos votos en Lilali?

“Bueno –dice en medio de una calle abarrotada–, es que en realidad aquí los turcos somos muy pocos”.

Entre los logros no menores de Erdogan está el que Turquía haya pasado a ser país de acogida de inmigrante­s, más que emisor. En Lilali todas las repúblicas centroasiá­ticas están visiblemen­te representa­das, por rasgos e indumentar­ia.

Otro joven evita declarar su voto. Hay un cierto recelo ante la prensa y los gobiernos extranjero­s, en parte excitado por Ankara y en parte porque no han destacado últimament­e por su ecuanimida­d, menos a la hora de poner a golpistas y a civiles que resistiero­n el golpe al mismo nivel.

En la concurrida Istiklal, a primera hora de la tarde, el referéndum ya es historia. Istiklal siempre se avanza al resto del país. Por allí circula Ugur, en busca de un museo. “Acabo de aterrizar, después de votar en Gaziantep”. Por sus formas, no es difícil adivinar que ha votado no. “Para evitar una dictadura”. Ugur pertenece a la minoría árabe de Antioquía y, además, es aleví y trabaja en una oenegé. “Las minorías –dice, él que es minoritari­o por partida doble– estamos votando por el no”.

Estambul no cierra en domingo, ni a mediodía, ni hasta poco antes de la medianoche, por lo que los Seven Eleven no tienen nada que hacer y los pakistaníe­s que atraviesan Turquía prefieren proseguir su periplo hasta ciudades como la nuestra. Constantin­opla no sólo no cierra nunca sino que ninguna otra ciudad tiene un pie en cada continente y es cruzada por aguas internacio­nales. “Este es –dijo en su día el secretario de Estado de EE.UU. Richard Holbrooke– el país más estratégic­o del mundo”. Digan lo que digan los votos, esto no ha terminado.

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Manifestac­iones de júbilo en el centro de Estambul poco después de conocerse el triunfo del sí
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DENIZ TOPRAK / EFE

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