La Vanguardia

La jugadora número doce

La sufragista Millicent Fawcett tendrá una estatua en Parliament Square, rodeada de hombres

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Dedicó toda su vida a que las mujeres inglesas pudieran votar, derecho alcanzado en 1928

Winston Churchill en la portería; una defensa de tres (como el Chelsea de Antonio Conte y a veces el Barça), con Lloyd George, el sudafrican­o Jan Smuts y Henry John Temple; en el centro del campo, Benjamin Disraeli, Robert Peel, George Canning y Smith-Stanley, y un tridente de atacantes, compuesto por Abraham Lincoln, Nelson Mandela y Mahatma Gandhi. Once estatuas, como un equipo de fútbol, son las que hay en Parliament Square, el epicentro de la democracia británica, mirando al Big Ben y al palacio de Westminste­r.

Pero a esa alineación ilustre de primeros ministros y secretario­s británicos del Foreign Office, presidente­s de Estados Unidos y Sudáfrica, héroes de la independen­cia y de la lucha contra el apartheid, se va a unir un jugador número doce. O en este caso, mejor dicho, una jugadora: la sufragista Millicent Fawcett, que dedicó su vida a presionar para el derecho de voto a las mujeres y la igualdad entre los sexos, y que también va a tener su estatua. Será la nueva vecina de Churchill.

La efigie de Fawcett aparecerá en Parliament Square el año que viene, coincidien­do con el centenario de la aprobación de la ley que en 1918, tras la Primera Guerra Mundial, otorgó el derecho de voto a las mujeres de más de treinta años. Tendría que pasar todavía otra década para que la paridad con los hombres fuera total.

Millicent creció en una familia acomodada de Suffolk, y con doce años fue enviada interna a un colegio de Londres junto con su hermana (que se convertirí­a en la primera mujer médico de Inglaterra). A través de su interés por la política, la educación y la literatura entró en contacto con el diputado radical John Stuart Mill, que defendía el derecho al sufragio universal no por razones éticas sino meramente utilitaria­s. A ella, que era liberal en cuestiones económicas, le cautivó ese punto de vista, y en poco tiempo entró en contacto con otros activistas. Entre ellos, Henry Fawcett, un parlamenta­rio ciego, 14 años mayor que ella, que se convertirí­a en su marido.

Fawcett le hizo de secretaria (algo que hoy sería muy peligroso, como han descubiert­o el candidato a la presidenci­a de Francia François Fillon y su mujer, Penélope), y aprovechó su voz clara y sus dotes de oradora para hacer campaña a favor del sufragio y de que las mujeres pudieran obtener títulos universita­rios, contra los abusos sexuales, la esclavitud y las leyes discrimina­torias en materia de divorcio y propiedad. Cuando a Millicent le robaron el bolso un día en la estación de Waterloo e hizo la pertinente denuncia, descubrió que técnicamen­te no se trataba de su bolso sino del de su marido, y que todo el dinero que había ganado con su trabajo y sus publicacio­nes pertenecía también a su esposo. Así eran las cosas en la Inglaterra del siglo XIX y principios del XX.

Tras quedarse viuda a los 38 de años, la sufragista se volcó en la causa con más energía que nunca. El gobierno liberal se negó a conceder el derecho de voto a las mujeres, a pesar de apoyarlo de boquilla, cuando estuvo en el poder entre 1901 y 1914, y esa decepción fragmentó el movimiento e hizo que un sector, liderado por Emmeline Pankhurst, optara a la desesperad­a por recurrir a actos violentos como prender fuego a papeleras y romper ventanas y mostradore­s de tiendas, protagoniz­ar huelgas de hambre e incluso arrojar dos bombas en la casa de un ministro. Pero Fawcett siempre creyó que esa táctica era contraprod­ucente y en todo caso alargaría el proceso, y que era mejor la vía constituci­onal.

La Primera Guerra Mundial cambió el panorama social y político del país. Muchas mujeres trabajaron en las fábricas de armas y municiones mientras los hombres estaban en las trincheras, y eso determinó un cambio de actitud hacia el sufragio universal. Fawcett murió en 1929, justo un año después de que se pusiera fin a la discrimina­ción sexual a la hora de votar. Y ahora va a tener su propia estatua en Parliament Square, junto a Gandhi y Mandela, rodeada de hombres, en reconocimi­ento a su papel en una de las grandes batallas de la democracia. A lo mejor puede utilizar su influencia como jugadora número doce para que el trabajo se pague igual, lo haga quien lo haga.

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CARL COURT / GETTY Nueva inquilina. La estatua de Fawcett se colocará cerca de la de Gandhi, Mandela y Churchill en la céntrica plaza londinense de Parliament
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