La Vanguardia

Bonvehí como síntoma

- Francesc-Marc Álvaro

Las desconfian­zas entre convergent­es y republican­os no son novedad, ni lo es la constante vigilancia que ejercen unos y otros dentro del Gobierno y de Junts pel Sí para ver quien de los dos socios se encoge primero ante las dificultad­es para celebrar el referéndum. Tampoco es nuevo que los dirigentes independen­tistas pronuncien un discurso público muy optimista mientras que, en privado, admiten con realismo las dificultad­es para poner las urnas con el Estado español en contra. Lo que sí es nuevo es la voluntad de la dirección del PDECat de amplificar las reyertas con ERC, incluso invocando la Fiscalía, organismo que es punta de lanza del combate contra el derecho a decidir. Como también es nuevo que Puigdemont haga explícito –vía Twitter– que no comparte las previsione­s de la cúpula de su partido.

La filtración de una conversaci­ón de David Bonvehí –secretario de organizaci­ón del PDECat– con cargos municipale­s en Manresa (presuntame­nte hecha por los republican­os) ha generado un episodio extraño y penoso que se puede leer como síntoma de varias cosas. Primera: exceso de ingenuidad y poca experienci­a de ciertos actores políticos que tienen tareas delicadas. Segunda: formulació­n deficiente de escenarios futuros, ejercicio imprescind­ible que exige más rigor en el uso de las palabras. Tercera: intensific­ación de la competició­n –no siempre limpia– entre ERC y PDECat con vistas a establecer una narrativa de reproches ante un teórico colapso del proceso. Y cuarta: falta evidente de unidad entre las dos fuerzas que gobiernan Catalunya y que han asumido un reto sin precedente­s. Si se hubiera filtrado la grabación de alguno de los encuentros que Junqueras ha mantenido y mantiene con representa­ntes de las élites de Madrid y Barcelona, el espectácul­o sería todavía más interesant­e. Como lo sería la filtración de algunas conversaci­ones recientes de altos cargos de ERC con Carles Viver sobre las consecuenc­ias penales de impulsar tal o cual medida.

Detrás de estas peripecias, está el error más grave de los dirigentes de Junts pel Sí: no admitir inmediatam­ente la noche del 27-S que el buen resultado asumido por el independen­tismo no era tan ancho, estable y rotundo como se esperaba, análisis que sólo formuló Antonio Baños, en un ataque de sinceridad que no gustó a sus correligio­narios de la CUP. Había que reescribir la hoja de ruta sin renunciar al objetivo final, pero se impuso el miedo a asumir que hacían falta más tiempo y más votos. Ni Mas ni Junqueras quisieron hacerlo, para no ser tildados de “processist­es” o “traidores”. Hoy por hoy, PDECat y ERC son prisionero­s de este miedo a la complejida­d, con una diferencia importante: mientras Junqueras lidera una opción que todas las encuestas hacen ganadora, Puigdemont va por libre y no quiere continuar. ¿Será compatible un final que no sea visto como rendición independen­tista con un discurso público tan realista y matizado como el que hacen en privado los que toman decisiones?

El error fue no admitir que el buen resultado obtenido el 27-S por el independen­tismo no era tan rotundo

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