“Hacerse la rubia” ofende al varón
Como persona humana del género masculino, también estoy indignado con Cristina Cifuentes y si tuviera cuenta en Twitter, le habría contestado con algún sarcasmo pero ni estoy en las redes sociales ni se me espera.
“Cuando te reúnes con hombres y te haces la rubia, pero sin bajar la guardia, consigues muchísimo más”, ha dicho la presidenta de Madrid a El País.
¿Acaso insinúa que, si una mujer rubia enseña escote, ríe mis tonterías, desliza el teléfono móvil y susurra que soy un príncipe de las letras, yo, como hombre, voy a reaccionar diferente a si es morena, adusta y partidaria de quemar mis columnas? ¡Un respeto a los hombres reunidos! Las mujeres no deberían pelearse entre ellas sino pensar que, ante todo, como hacen los soberanistas, tienen un enemigo muy malo: los varones. Cuando se hacen las morenas o las rubias, las duras o las tontas, los hombres ya nunca pensamos: –¿Me estará tirando los tejos? La culpa de que las mujeres tengan que hacerse las rubias o de que el independentismo se acerque al abismo –llevar al ridículo a un pueblo que tenía buena prensa– ni es de las rubias que aprovechan sus encantos ni de la soberbia de negar que les falta respaldo en la propia Catalunya sino de los hombres y de España, dos lacras de la humanidad.
Ignoro el tipo de pandilla que formaban los muy madrileños Daoíz y Velarde –Ruiz era el típico casado que salía cuando podía– y si salían por las coctelerías de la calle Reina en busca de francesas libertinas, pero juraría, señora presidenta, que los madrileños del siglo XXI son inmunes a las insinuaciones, la coquetería y la seducción, pecados condenados por los observatorios de género, la doctrina feminista y el Telediario de La 1.
Las mujeres no deberían de hacerse las rubias ni las morenas porque discrimina a los hombres, seres castaños, feos e incapaces de ganarse a la directora general a base de mostrar los calcetines cortos, reír sus chistes feministas o insinuar que dejaríamos todo para vivir una aventura con la directora general.
No sé muy bien cómo terminará esta polémica entre la presidenta Cifuentes y la secretaria general del PSOE de Madrid, Sara Hernández (ahora que lo pienso: todas las Cristinas y Saras que conozco son estupendas), tras responderle que las mujeres han de avanzar en la igualdad “para no tener la necesidad de hacerse las rubias”.
O sí lo sé y me reservo el pronóstico: la culpa es del patriarcado, del varón cachondo y de España porque obligan a las mujeres rubias a comportarse de forma indigna, contra su voluntad y las leyes de la igualdad de género.
Yo le rogaría al lector que si una mujer rubia –incluso rubia platino– le ríe los chistes espantosos o le pregunta qué hace el fin de semana mientras le guiña el ojo, salga corriendo a denunciarse ante el juzgado de guardia.
Rogaría al lector que si una mujer rubia le guiña el ojo, salga pitando a denunciarse ante el juez