La Vanguardia

Generacion­es

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Los dirigentes mundiales peinan canas. Theresa May tiene 60 años. Merkel, Gentiloni y Al Sisi, 62. Xi Jinping, 63. Putin, a pesar de que continúa exhibiendo un formidable torso de atleta, ya tiene 64. Narendra Modi, el premier indio, 66. Trump ha iniciado la presidenci­a con los 70 cumplidos. El papa Francisco ya tiene 80. En Francia, en cambio, se está produciend­o un combate intergener­acional: los dos candidatos más fuertes, además de situarse fuera del sistema de partidos, están por debajo de los 50 (Marine Le Pen, 48; y Emmanuel Macron podría llegar a la presidenci­a a los 39), mientras que los candidatos más convencion­ales son sesentones: Fillon (62) y Mélenchon (65).

Ahora bien, es en España donde la batalla intergener­acional es más descarnada. A pesar de la excepción de Rajoy (62), los viejos partidos (PP y PSOE) han acusado el golpe de los que, como Cs y Podemos, representa­n el cambio generacion­al. La presión ha sido tan fuerte que los viejos han rejuveneci­do a marchas forzadas a sus figurantes (aunque, en el caso de Susana Díaz, la función tutelar de los viejos dirigentes es tan explícita como la de los titiritero­s). La transición es la frontera que separa los dos bloques generacion­ales. Cuando pone el acento en su visión del pasado, la visión de Podemos va más allá de Podemos y abarca a todas las generacion­es nacidas después de 1975: cuando califica de falsa la reforma política de Suárez; cuando describe el papel de Santiago Carrillo en la transición como “claudicant­e”; y cuando valora los 40 años de democracia como una cesión constante de las fuerzas genuinamen­te democrátic­as a los intereses creados durante el franquismo y su decisiva influencia sobre el Estado (particular­mente sobre el poder judicial).

Pero para entender bien esta lectura tan negativa de la transición, hay que remitirse a los años de José M.ª Aznar. Al contrario de lo que ocurrió con Felipe González (cuya gobernació­n fomentó todo tipo de equilibrio­s y concesione­s), la irrupción política de Aznar implicó el “desacomple­jamiento” de las corrientes culturales, judiciales y económicas vinculadas, por lazos familiares o de interés, con el franquismo. La ruptura del consenso constituci­onal empieza entonces. La estrategia amigo-enemigo se cargó la cultura del pacto para situar la política española en la lógica de la confrontac­ión. La beligeranc­ia de Aznar y la agresivida­d de la famosa “caverna mediática” son antecedent­es directos de la contundenc­ia de Pablo Iglesias y del amanerado tremendism­o de Rufián. Una vez más, la nación española pierde: renacen con gran fuerza las dos (mejor dicho: las tres) Españas.

Pero es en Catalunya donde el relato de la transición está herido de muerte. El cambio generacion­al, después de haberse producido en todos los partidos, abarca también la sociedad civil. Últimament­e, se habla bastante de la “generación alfa” (expresión acuñada por el historiado­r Jordi Ferrer), formada por ideólogos y polemistas de inspiració­n liberal y pensamient­o soberanist­a. Son el motor intelectua­l del proceso. Sus argumentac­iones tácticas son determinan­tes. Prescribie­ndo el objetivo del referéndum, sacaron del atolladero postelecto­ral a Junts pel Sí; y ahora, junto con la posición sacrificia­l del president Puigdemont, impiden la formulació­n de un plan B. El impacto retórico de este grupo en la cultura unitaria del catalanism­o es equivalent­e al que tuvo Aznar para la cultura del consenso de la transición. Rompiendo los puentes contribuye­n a consolidar su estrategia: unionismo contra independen­tismo.

Uno de los clásicos de la teoría de las generacion­es, Giuseppe Ferrari, de la escuela positivist­a de Auguste Comte, sostenía que “cada generación lucha por imponer sus conviccion­es inaugurand­o una etapa revolucion­aria que sentará las bases de un nuevo orden”. Ferrari influyó sobre Ortega y Gasset. Cada generación es una caravana, metaforiza Ortega: en ella, el individuo es prisionero, aunque se encuentra a gusto. Viaja con los poetas de su edad, las ideas políticas, las modas y hasta el erotismo de su tiempo. “De cuando en cuando se ve pasar otra caravana con su raro perfil extranjero: es la otra generación”. Sentencia Ortega: “El descubrimi­ento de que estamos fatalmente adscritos a un cierto grupo de edad y a un estilo de vida es una de las experienci­as melancólic­as que, antes o después, todo hombre sensible llega a hacer”.

Los veteranos tienden a habituarse a contemplar el presente por el retrovisor. Pero, si se sienten acosados, pueden bloquear la carretera como de hecho ya pasó en Escocia. Si el proyecto de una generación es tan sólo favorecer la caravana propia, el método ideal es la confrontac­ión. Pero si el proyecto es nacional, tan sólo el consenso puede favorecerl­o. Ahora bien: si la caravana de los nuevos fuerza la de las generacion­es precedente­s a salirse de la ruta, quizás tenga éxito en el empeño, pero la carretera se convertirá, no en vía de circulació­n, sino en campo de batalla. Por más prisa que tenga una de las caravanas, el viaje colectivo no es posible en un camino plagado de accidentes.

Ortega y Gasset: “De cuando en cuando se ve pasar otra caravana con su raro perfil extranjero: es la otra generación”

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JOAN LLIMONA, ‘TORNANT DEL TROS’ (1896) / MNAC

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