La Vanguardia

Memoria de otra España

- Norbert Bilbeny

Cuando piensas “de todo hace veinte años” es que ya no eres joven. Y si de todo hace cuarenta es que te has hecho mayor. Pero la ventaja a estas bajuras de la vida, edad de la nostalgia, es decir lo que se piensa. Pensar, por ejemplo, que hubo un periodo de tiempo en que la realidad de una España plurinacio­nal fue posible y no era una quimera imaginarla. Me refiero al tiempo transcurri­do entre las elecciones de junio de 1977 –justo hace cuarenta años– y un aciago 30 de julio de 1982, en que nos fuimos de vacaciones con la Loapa recién aprobada aquella tarde por las Cortes.

Me atrevo a decir que fueron cinco años de mutua comunicaci­ón e interés entre los medios y las personas con opinión en el conjunto de España a propósito de la pluralidad de un país –país de países, “nación de naciones”– que, medio siglo después de la Segunda República, recuperaba la democracia. No fue un quinquenio de “autonomism­o dogmático” con la nueva estructura territoria­l del Estado recogida en la Constituci­ón de 1978. Fueron cinco años de simpatía y empatía entre los pueblos de España y sus voces públicas para hablar sin ira y sobre todo sin prevención –como por lo contrario sucede ahora– de la realidad y las aspiracion­es de las naciones de la Península, con el reconocimi­ento de las “nacionalid­ades” –ignoradas hoy– amparadas por la ley fundamenta­l. Con la Loapa se torció todo y así pudieron pasar finos la garlopa de don Alfonso y el recurso de inconstitu­cionalidad de don Tancredo sobre el Estatut catalán del 2006, para lloverle a este sobre mojado la sentencia del Tribunal Constituci­onal del 2010. La Loapa era una ley orgánica de “armonizaci­ón del proceso autonómico” y esas palabras lo dicen todo. Ley como se sabe precipitad­a por el golpe de Estado de 1981, pero esbozada antes en el discurso de investidur­a de Leopoldo Calvo-Sotelo, ante la “grave cuestión” –sus palabras– de las reivindica­ciones autonómica­s.

Para mayor contraste, aquellos cinco años de diálogo entre pueblos transcurri­eron con un ejército todavía sin reformar. Mientras que ahora, profesiona­lizado y bajo mando civil, sin amenaza pues de “poderes fácticos”, es cuando hay más miedo a asumir la realidad plurinacio­nal y encontrar la vía de gestionarl­a. Lo que empieza sencillame­nte por hablar: unos y otros. El reto de todo país, de toda institució­n, es hacer de una experienci­a un proyecto. Eso se intentó en 1977, pero no se sabe hacer hoy. Mientras, qué losa de silencio y cuánto mal hará.

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